Una de las grandes damas de la escena, la inolvidable Amelia de la Torre, la pronunciaba como nadie: Ombúúúú….. Medio agachada, con las manos extendidas, girando sobre si misma, como realizando un sortilegio, repetía de nuevo: Ombúúúú, Ombúúúú…!!! , ante un jovencísimo Manuel Galiana. Y todo el patio de butacas se sumía en el más absoluto silencio, sin saber si los dioses iban a descender de los cielos o los diablos surgir de los infiernos, antes de prorrumpir en un formidable aplauso. Quedaba claro que era una palabra mágica «que había que plantar por toda la casa. Tenderla con las sábanas, guardarla en los armarios. Ombú, un árbol que tiene nombre de pájaro y de saludo, de grito y de viento, de sirena de barco y de niño perdido. Una palabra llena de palabras…», según reza el texto que da pie a uno de los más bellos momentos de la obra del asturiano Alejandro Casona La casa de los siete balcones. Un autor hoy quizá demasiado olvidado. Pero al que todas las grandes actrices de la escena española han rendido alguna vez homenaje.

Dice bien José Javier Rodriguez Alcaide. La del ombú es una magia sonora que hace formular sugerencias a quienes, como él, la captan para que, luego, poetas como Pablo García Baena cristalicen palabras evocando bajo su sombra --y quizá también convocando, dadas las fechas-- vientos y espíritus marinos, de mirada Alfonsina, en forma de versos. Una magia que Pablo nos ha vuelto a traer en uno de los tres poemas inéditos leídos con ocasión de su reciente investidura como doctor honoris causa por la Universidad de Córdoba. La segunda vez que nuestra alma mater concede tal distinción a un poeta en sus cuarenta y cinco años de historia. Es curioso pero, en otro de ellos, también las olas de la playa traen el recuerdo de la inolvidable Margarita Xirgu. Los caminos de los creadores, sean con mayúsculas o minúsculas, siempre son misteriosos.

Al fin y al cabo los árboles y los paisajes, muy especialmente los de la Sierra de Córdoba, siempre han recalado en las pupilas de los componentes de Cántico, como bien se encargó de recordar Manuel Muñoz realizando el recorrido contrario --de la palabra a la sugerencia-- en la exposición fotográfica que abrió la conmemoración del centenario de Ricardo Molina. Si a ellos se debe el nombre de alguno de sus rincones --tal es el caso de los Baños de Popea, por ejemplo-- Manolo singularizó los recogidos en su exposición con los de Pablo, Miguel, Julio, Ginés…. partiendo de los versos con los que el de Puente Genil evocó a esos «árboles de la Sierra que nos visteis pasar…»!. Algún día habrá que hacer justicia a la época dorada que están configurando los fotógrafos cordobeses durante las últimas décadas. El relevo lo han recogido la Academia de Córdoba y la Fundación Cajasol a través de una exposición de pinturas y esculturas que rinden homenaje al Grupo junto a las páginas de un magnífico catálogo. Y al recuerdo también contribuyen estos días lienzos de Miguel del Moral en Studio 52, una visión del Ricardo Molina flamencólogo en la Posada del Potro y un recorrido gráfico imprescindible sobre su vida y obra en la delegación de Cultura de la Junta.

Con prácticamente todos sus componentes compartí en su día numerosas informaciones como responsable de la sección de Cultura del Diario CÓRDOBA, pero guardo especial recuerdo de una de las pocas veces en que pudo verse juntos a la mayor parte de ellos. Fue en 1983 con ocasión de la presentación en la Diputación de una edición facsímil de la Revista. Un acto que sirvió también de homenaje a Juan Bernier, cuyo bello soneto Amarillo perfil de arquitectura… guardan desde entonces las paredes del patio blanco del Palacio de la Merced. Eran los días de la Feria del Libro y Pablo quiso dedicarme el volumen aludiendo a mi doble condición de astur/ cordobés. Luego Juan Bernier dijo que lo certificaba, Miguel del Moral añadió uno de sus rostros, Ginés Liébana se animó con un ángel, Mario López apuntó sentidas palabras, Julio Aumente recordó ascendencias astures… En fin, que algo de premonición hubo porque a los pocos meses Pablo era Premio Príncipe de Asturias. El libro lo conserva hoy, en una pequeña vitrina, la Biblioteca de la Universidad.

Lástima de no poder vivir hasta el 12 de mayo de 2065 para poder leer los textos y esas «otras cosas» que Pablo ha dejado en la caja que hoy se guarda celosamente en los sótanos del Instituto Cervantes. Quizá de nuevo se prolongue en ellos la magia del ombú. O despidan el aroma de esas rosas que, en el tercero de los poemas leídos en la Facultad de Filosofía, guardan en sus pétalos besos campesinos. Rosas que, en los versos de de Ricardo Molina, duermen aún, dichosamente, soñando con recibirlos. En cualquier caso, parafraseando la letra de una pieza de Haëndel, propia de las ceremonias académicas universitarias: Cantico(rum) iubilo Paulus magno psallite.H

* Periodista