La sombra de Pablo García Baena fue alargada en vida, entonces sombra protectora, y es alargada en muerte. Y junto a ella, la de Cántico, el grupo y la revista literaria de la postguerra a los que representó sin proponérselo y casi sin quererlo hasta el final, cuando García Baena ya era apenas sombra enamorada de Córdoba y Córdoba, la ciudad que tantas alegrías y decepciones le causó, le había declarado su amor incondicional. Admiración al gran poeta, sostenida incluso por quienes nunca leyeron ni uno solo de sus versos, y cariño hacia aquel buen hombre, sereno, cálido y tremendamente fiel a sus afectos.

Unos sentimientos que lejos de diluirse en las brumas del tiempo -lo que a nadie hubiera sorprendido en esta Córdoba de grandes duelos y escasa memoria- crece con los años. La prueba es que ahora que se han cumplido dos desde que un 14 de enero Pablo nos dejara a los 96 años, no cesan de surgir iniciativas que recuerdan el triste día en que los fríos invernales se llevaron al penúltimo superviviente de aquellas reuniones de amigos que pusieron luz de palabra y libertad donde solo había oscuridades y miedo. Y digo penúltimo porque, no se olvide, ahí está todavía Ginés Liébana, vivo y coleando aunque la edad no le permita viajar desde Madrid para sumarse a los actos que se organizan, ni siquiera a los que le tocan muy de cerca. Pero el pintor de Cántico -junto a Miguel del Moral, fallecido hace lustros- sigue tan presente en su ciudad que acaba de ver publicado con el título de Merde, 70 años después de haberlo pergeñado, un curioso cuaderno de viajes que viene a ser una locura de juventud, a la que Ginés no renuncia -ni a la locura ni a la juventud- aunque roce ya el siglo de intensa existencia.

En cuanto a las actividades culturales desplegadas en torno a la efeméride, anoche la Real Academia de Córdoba rindió su homenaje a Cántico a través del periodista Alfredo Asensi, quien gusta de entretener su jubilación con vídeos en los que recita con su bonita voz radiofónica las Elegías de Sandua de Ricardo Molina, enmarcadas en paisajes cordobeses como salidos de un sueño literario. A la proyección y comentario de los audiovisuales -que bien conocen los seguidores de Asensi en las redes sociales- se unió después la conferencia del catedrático y académico José María de la Torre, quien eligió un enfoque muy original -nunca está dicho todo- sobre los poetas y pintores del grupo: sus expedientes escolares. Para conseguirlos y compararlos De la Torre ha rastreado los archivos del instituto Séneca, donde ejerció la docencia. El resultado del estudio arroja la conclusión de que tanto Ginés Liébana como Pablo García Baena -no así Molina, que era profesor de enseñanza media, ni Juan Bernier, Mario López o Julio Aumente- distaron mucho de ser estudiantes ejemplares. Más bien todo lo contrario, no acabaron el Bachiller y los años que lo cursaron se ganaron a pulso un suspenso tras otro, lo que no les impidió desplegar la genialidad que llevaban dentro «a través de la experiencia vital», según el conferenciante.

También la Peña Azahara ha recordado estos días al grupo y su relación con la hermandad de Ánimas. Y para el 30 de este mes el Centro Andaluz de las Letras ha programado una ruta guiada a través de los lugares unidos a la biografía y las aficiones de aquellos antiguos muchachos de la peña nómada, como se hacían llamar bromeando entre ellos; jóvenes de un tiempo ido, como ellos mismos, que derrochaban versos y amistad en sus paseos por la sierra o ante una copa de vino en las tabernas de barrio. Brindemos una vez más en su recuerdo.