En la película Carmen y Lola, de Arantxa Echevarría, una chica gitana se presenta en una peluquería en la que han puesto un anuncio buscando una oficiala. Cuando la encargada le pregunta con tono suspicaz: «Pero tú… eres gitana, ¿verdad?», ella ya comprende que el puesto no es suyo. Les ruego a mis lectores que recuerden cuántas veces les ha cortado el pelo un gitano. ¿Cuántos jueces gitanos han visto? ¿Conductores de autobús? ¿Cajeros? ¿Dependientes? ¿Registradores de la propiedad? ¿Abogados? ¿Productores de cine? Ah, sí, pero conocen a una actriz gitana. Alba Flores. Pues no. Es nieta de gitano. Lolita. Es hija de gitano. Pastora Vega, hija de gitano. ¿Estrella Morente? Hija de gitana. Azúcar Moreno. ¡Esas sí son gitanas por los cuatro costados! Y pare de contar. Sí, queda muy bonito reivindicar ahora a Los Chunguitos, pero no olvidemos que Los Chunguitos, cuando fueron superventas, nunca pisaron un Sónar, un Benicàssim, un Low Festival, un BBK... ni han sonado en radio fórmulas. Porque eran gitanos.

A mí me gusta mucho Rosalía, y mi hija es superfan, pero creo que las gitanas feministas tienen sus razones cuando se quejan. Si vamos a poner de moda cantar a lo gitano, impostando el acento (Rosalía canta con un acento y en entrevistas habla con otro) ¿por qué no le damos visibilidad a las auténticas cantaoras gitanas? A La Pinini, a Esperanza Fernández, a Remedios Amaya, a Lela Soto, a María Terremoto, a Esmeralda Rancapino, a Gema Moneo, a Anabel Valencia, a Soleá Morente, a Aitana de los Reyes, a María José Llergo... a todos esos nombres que ni siquiera conozco porque no se les dedica ni la campaña de márketing, ni el dinero, ni la atención. Aunque las gitanas fueron las primeras en mezclar flamenco con todas las músicas (rap, blues, electrónica, trap...) intentando hacerse hueco, mientras los medios y los programadores las marginaban, se les niega el título de innovadoras y se lo dan a una paya. Si vamos a poner de moda cantar a la gitana, pongamos de moda que canten las gitanas.

* Escritora