Ya están preparadas las candelarias 2019. Las piras de muebles viejos, leñas y otros materiales desechables se apilan en el centro de la plaza, en los llanos y recodos del viejo pueblo con la magia de la purificación. Un inmemorial ritual del fuego, la noche y las danzas. Las candelas salpicando el paisaje nos retroceden al ser humano y sus comportamientos religiosos, filosóficos o espirituales. Contemplar las llamas y pensar. Observando cómo se consumen los enseres materiales efímeros que rodean nuestras vidas. La silla donde se sentaba la abuela, la cómoda donde nuestra madre guardó sábanas y secretos, los trastos del corral, las ramas podadas de olivos, naranjos y limoneros y algún inoportuno neumático que le quita toda la poesía y eleva un humo negro tan pestilente. Pero en fin, fuego era y fuego es, animado por inesperadas maderas, improvisados cánticos y bailes de corro alrededor de un candelón buscando la luz de las estrellas.

Pide un sueño. Quema el pasado, el frío del invierno, lo que no volverá y lo que anhelas venga pronto como espíritu renovado. El niño pide ser mayor, el joven pide amor, el adulto salud y el anciano volver a ser niño, o quizás más joven, y lo otro, que ni con pildora se puede. Y allí, rodeando el fuego, la vida pasa entre llamas de colores y pensamientos oscuros. Sacan una guitarra, un cante y un vino. Una alegría olvidada y una mirada perdida que no quiere cruzarse con lo que fue y no pudo ser. Pobre tiempo perdido y cuántos suspiros por volver al fuego apasionado de la vida. No te consumas en ideas negativas, no eleves escaleras bien sostenidas, mide el tiempo, las palabras y las heridas. No sangres si el dolor te incrimina. Vive y deja vivir, respeta y colabora, entusiásmate con los demás y no contigo, participa y sé generoso, invierte en amistad y no malgastes tu tiempo en quimeras de vacua ambición. Por los pueblos del valle del Guadalquivir la danza del fuego nos conecta con la vida. Que tengan buena candela.

* Historiador y periodista