La primera novela que leí fue El extranjero de Camus, después vinieron más, del El primer hombre al El hombre rebelde, pero sobre todas La Peste, leída y releída en estos días tan aciagos.

Camus (1913-1960) no era un intelectual de París, sino un pied noir, que amaba y añoraba con pasión su soleada y cálida Argelia natal.

Vivió como un niño en Belcourt, un barrio pobre de la capital, su madre, Catherine, semianalfabeta, sorda parcial, con problemas en el habla, de silencios expresivos, era la encarnación de la inocencia, no sabía lo que era la maldad, amor y ternura que supo transmitir a su hijo. «Al elegir entre mi madre y la justicia», la eligiría a ella.

Creció en ausencia de libros, becario por ser huérfano de guerra, alumno brillante en el bachillerato y la Universidad gracias al apoyo de su maestro, Louis Germain, al que dedicó el Nobel de Literatura junto a su madre y su profesor de Filosofía, Jean Grenier, que le dio a conocer a Schopenhauer, Nietzsche y a los existencialistas.

Su obra oscilada entre las exigencias de la razón y las de una existencia absurda, es una reflexión sobre la condición humana, el extrañamiento, el problema del mal y la fatalidad de la muerte.

Odiado a derecha e izquierda, huye de todo encasillamiento maniqueo, se niega a elegir entre el blanco y el negro. Solitario y solidario, partidario de la alegría solar.

En este contexto podemos entender mejor La Peste, un clásico literario del siglo XX, como novela, en versión teatral y en el cine. Como texto filosófico-psicológico está basada en la epidemia de cólera que sufrió la ciudad argelina de Orán en 1849, que fue azotada varias veces por la peste bubónica hasta bien entrado el XX.

En esta novela aparecen un abanico de personajes, como el Padre Paneloux, Cottard, y su compañero, Jean Tarrou. El narrador se presenta como un testigo de lo ocurrido durante los días que duró la epidemia, siguiendo los pasos de los personajes involucrados y en lo que significó ese mal absurdo para sus habitantes.

La figura central es el Dr. Rieux, médico de la ciudad que empieza por encontrar una rata muerta en su escalera y después centenares de ellas por las calles que relaciona con la muerte de uno de sus pacientes. Se pone en contacto con su colega, el Dr. Castel (...). Son citados en la Prefectura para ver qué solución al grave problema. Hay quiénes, como el sacerdote que defenderá el discurso religioso de la culpa, de la condenación, del «ha llegado la hora», al que se opondrá desde la ciencia el Dr. Rieux. Cottard, por su parte, solo quiere salvar su libertad y llega a pensar en dejarse contaminar para evitar ser arrestado.

En tiempos del coronavirus nos sirve de referencia porque ésta novela es un canto a la solidaridad humana y a los hombres que luchan contra el mal que están decididos a acabar con todo aquello a que denigre la existencia humana. En definitiva, una obra que nos enseña que las peores epidemias no son solo biológicas, sino también morales.

Trasciende su marco geográfico y temporal, adquiriendo la categoría de metáfora universal. En situaciones de crisis sale lo mejor y lo peor de la condición humana, pero como sostiene Camus, «los hombres son más dignos de admiración que de repulsa».

* Filósofo