El miércoles, al llegar a la estación de Atocha para abordar el AVE, me topé con una manifestación de agricultores madrileños ante el cercano ministerio de Agricultura. Me acordé de la manifestación de 1992 a la que yo asistí. Se inició en el mismo lugar y recorrió la Castellana como una inmensa riada de agricultores de toda España. El Comisario de Agricultura de la UE, Franz Fischler pretendía recortar las subvenciones al agro español. Pero la ministra de Agricultura Loyola del Palacio, que consideraba el olivar español como una cuestión de Estado, se dispuso a dar la batalla. Invitó a Fischler a visitar Andalucía, estuvo en Córdoba en abril de 1997 y lo convenció. Se logró una cuota en la OCM del aceite mucho más alta de lo previsto por las reticencias de la oposición socialista. Ahora han vuelto las manifestaciones del mundo rural español que han cogido al Gobierno con el paso cambiado. De tanto doblegarse a los independentistas y demás partidos que reniegan de la Constitución, se le olvidó que existe el campo; si acaso para visitarlo bucólicamente. Lo primero que ha hecho el presidente Sánchez -que hasta ahora miraba para otro lado- es echarle la culpa del gran problema que sufre la agricultura española a las grandes superficies: «Tienen que hacer autocritica.» Pero son muchas las causas de la crisis y la última ha sido definitiva. La subida con tufillo demagógico del salario mínimo. Hace un año el 22,3% y hace unos días un 5,5% más. Con razón se argumenta que una botella de agua mineral es más cara que una botella de aceite de oliva.

* Periodista