Aún recuerdo con emoción el 15 de junio de 1977, cuando volvíamos a ejercer un derecho democrático después de más de cuarenta años. Desde entonces, en todas las elecciones generales he encontrado una motivación para acudir a votar, con dudas a veces y con decepción por la actuación de aquellos a los que había votado en la convocatoria anterior, hasta el punto de recurrir al voto en blanco en alguna ocasión. Siempre se dice que debemos acudir a las urnas por la trascendencia del momento que se vive, si bien no todas las coyunturas son idénticas, como podríamos comprobar con un breve repaso de nuestra historia electoral. Ahora nos encontramos en plena campaña, la cual además coincide con una celebración de tanto arraigo en nuestro país como la Semana Santa, lo cual ha dado ya lugar a manifestaciones como la del PP al señalar que Sánchez demuestra poco respeto a las tradiciones al provocar esta coincidencia o la petición de una cofradía malagueña para que no acudan a su procesión los tres líderes de la derecha (el año pasado sí acudieron varios miembros del Gobierno de Rajoy que cantaron con entusiasmo el himno de la Legión).

Por ahora, lo que más me ha llamado la atención es esa insistencia del PP en descalificar al Gobierno por su vinculación con los que al parecer son los tres grandes enemigos de España. En primer lugar el terrorismo de ETA, pues los populares repiten lo de filoetarras, aunque no ofrecen ninguna prueba de la existencia de un acuerdo con Bildu, ni con Otegui. Ahora bien, han sacado a pasear por el escenario electoral a quien como presidente del Gobierno, en 1998, dijo que «había autorizado contactos con el Movimiento Vasco de Liberación», y no solo eso, sino que en 1996 ya tuvo unas declaraciones desafortunadas ante las manifestaciones de protesta por el asesinato de Tomás y Valiente, momento en el que nació el movimiento de las manos blancas, esas que, según Casado, Sánchez desprecia frente a las que están manchadas de sangre, en unas declaraciones lamentables, para las cuales resulta difícil encontrar un calificativo. El segundo enemigo son los independentistas, tan amigos del gobierno que se negaron a apoyar la Ley de Presupuestos y provocaron la convocatoria electoral. Se añade en estos días algo que ya desde Ciudadanos habían aireado, y era que hay un pacto para indultar a los que en estos momentos juzga el Supremo, y olvidan que para la concesión de un indulto hay un requisito previo imprescindible: que haya condena, y eso aún no se ha producido. Pero cuando Sánchez afirma que se debe respetar el procedimiento judicial, y no niega que habrá indulto, eso se interpreta como que ya lo ha pactado. Por otro lado, el PP podrá argumentar que en 1979 Aznar dudaba acerca del resultado que iba a tener la puesta en marcha de nuestra Constitución, pues afirmaba que los españoles no sabíamos «si el desarrollo de las autonomías va a realizarse con criterios de unidad y solidaridad o prevalecerán las tendencias gravemente disolventes agazapadas en el término nacionalidades». Es decir, el mal está en que el art. 2 reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de «nacionalidades y regiones».

El tercer enemigo son los comunistas, supongo que se referirán más a IU que a Podemos, pues estos últimos, por boca de Pablo Iglesias, se definían como socialdemócratas, aunque tengo mis dudas acerca de lo que realmente son. Volvemos a los viejos tiempos en que el término comunismo es utilizado como amenaza, es lo mismo que ya decían los golpistas de 1936, pero aquellos mentían, del mismo modo que lo hace ahora esta derecha, que ni en su versión PP, ni en la de Ciudadanos o en la más reciente, la que les ha dado el Gobierno andaluz, merece el voto de quienes desde 1977 transitamos por el camino hacia una sociedad cada vez más democrática.

* Historiador