Nos aproximamos a la cuarta edad, pero siguen sorprendiéndonos algunos acontecimientos. El último sobresalto fue el pasado 18 de julio -fecha cardinal del belicismo franquista-, al leer en este periódico que un grupo fervoroso de la dictadura anda promoviendo la elevación a los altares del venerable generalísimo Francisco Franco Bahamonde, que, según ellos, en gloria está y haciendo milagros aquí en la Tierra.

La larga crónica del inverosímil suceso aseguraba que el propósito cuenta con la laica bendición de Vox -el partido socio del PP y Ciudadanos- y que sus dirigentes están impulsando la adhesión del episcopado a la piadosa iniciativa, ya que los procesos de beatificación no suelen abrirlos las peticiones de los particulares sino las solicitudes de congregaciones religiosas o los ordinarios de las diócesis.

Como es litúrgicamente preceptivo, las causas de los bienaventurados deben contar con una enumeración y defensa de los méritos contraídos por el siervo del Altísimo, así como de los milagros que se le atribuyen.

En el caso de Franco, según los postulantes de la canonización, el mérito principal es «la magnanimidad con sus enemigos, conmutando miles de penas de muerte». Merecimiento que nos parece muy dudoso. Escojamos un botón de muestra para cimentar nuestra vacilación: está históricamente verificado que al día siguiente del alzamiento, en Tetuán, sin que mediara juicio, fusiló nada menos que a su primo hermano, el comandante De la Puente Bahamonde, que no quiso adherirse a la rebelión. Proceder que obedecía las instrucciones del general Mola, que son el manual del perfecto terrorista. En ellas se conminaba: «Hay que eliminar a los elementos izquierdistas, comunistas, anarquistas, sindicalistas, etc.», llevando a cabo «acciones rápidas, eficaces y brutales», ya que «los castigos deben de ser ejemplares por la serenidad con la que se impondrán y la rapidez con que se llevarán a cabo sin titubeos ni vacilaciones» pues «quien no está con nosotros está contra nosotros».

En principio, no vemos muy claro que las instrucciones transcritas puedan ser el ideario virtuoso de un santo pero, como decía Hamlet, «en el cielo y en la Tierra suceden cosas que no las puede abarcar tu filosofía, amigo Horacio».

Bueno. Después de los méritos, repasemos el catálogo de los milagros atribuidos. A saber: el premio de 100 euros de la lotería a una devota que se encontraba sin trabajo, la interrupción del proceso de su exhumación y la curación de un gatito al que le habían cercenado el rabo. Aunque no hay milagros pequeños, nosotros conocemos otro de mayor consistencia, que lo oímos a un capellán castrense cuando estábamos haciendo las prácticas de la milicia universitaria en el regimiento Extremadura 15, radicado en Algeciras. Dicho sacerdote nos contó a varios militares de complemento que el día anterior a la batalla de Brunete se le apareció Santiago, a lomos de un piafante caballo blanco, para anticiparle que ganaría la contienda. Como, al escucharlo, hubo quien se sonrió, el padre capellán, un hombre alto, enjuto e imperturbable, puntualizó que él conocía el milagro de muy buena tinta. Por eso, al referido capellán lo llamaron «el padre Waterman»: nombre de la mejor tinta que había para rellenar las estilográficas en aquel tiempo con apenas bolígrafos.

De momento, no creemos que la beatífica iniciativa vaya a recibir el apoyo eclesiástico, aunque la Iglesia siempre haya sido proclive a ensalzar a los dictadores que comulgan: Franco, Videla, Pinochet... Cosa distinta es que sus partidarios más irreversibles sigan fomentando el deseo de que suba a los altares. Se trata de unos iluminados franquistas; a algunos de los cuales, según hemos sabido, todas las noches se les aparece en sueños su santo Caudillo, paseando en la primavera eterna del Edén.

* Escritor