Los pecados capitales, dice el Catecismo de la Iglesia católica, son «llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios», y son, en el fondo, apetitos desordenados que destrozan el equilibrio emocional del ser humano y lo lanzan hacia cotas cada vez más rastreras y bajas. ¡Si, los pecados capitales son inclinaciones al mal y a lo diabólico! Vivimos tiempos turbulentos y se intenta disfrazar la verdad con otros nombres: a la soberbia se la llama afán de superación, a la venganza triunfo de la justicia, a la envidia se la presenta como el amor a la verdad, a la pereza se la trata como descanso, y a la lujuria se la identifica como amor...

Bien sabemos que la avaricia o el apego excesivo a las riquezas, la lujuria o el apetito desordenado por las cosas carnales, la ira o el deseo de venganza, la gula o exceso por el comer y el beber, la envidia o la tristeza por el bien ajeno, la pereza o la desgana por el trabajo, y la soberbia o el orgullo y amor propio desmedido, lo único que hacen en el ser humano es proyectar el rostro más amargo de sí mismo y crea un mundo cada día más oscuro. ¡Buena tarea sería intentar abandonar la senda del pecado y caminar hacia las virtudes, verdaderas medicamentos contra los pecados capitales: frente a la soberbia, una gran dosis de humildad; frente a la avaricia, el gran don de la generosidad; frente a la envidia, un carro de caridad; frente a la ira, el regalo de la paciencia; frente a la lujuria, una gran dosis de castidad; frente a la gula, el gran esfuerzo de la templanza y del ayuno; frente a la pereza, la fuerza de la diligencia!