A paso acelerado, los hábitos de consumo cultural de la población van cambiando a medida que crecen la cantidad y la calidad de pantallas a disposición de los consumidores: móviles, tabletas, televisión, cine... La irrupción de las plataformas on line al estilo de Netflix, la más popular y potente, supone un nuevo paradigma en la comercialización audiovisual: las películas ahora ya no siguen el ciclo cine-televisión sino que se estrenan primero en las plataformas sin llegar a pasar por las grandes salas, como ha sido el reciente caso de The Cloverfield paradox, el último éxito de Netflix. Ante el empuje de los nuevos modelos de negocio digital, el cine se introduce en una revolución en la creación, distribución y exhibición, un camino que ya emprendieron, con dispar éxito, industrias como la musical, la editorial o la de los medios. Como suele suceder en estos casos, hay pocas certezas y muchas incertidumbres. Con las nuevas posibilidades que la tecnología da a los usuarios, resulta fútil intentar poner puertas al campo. La experiencia de ver cine ha cambiado, y oponerse a ello no solo es absurdo sino que resulta una mala práctica empresarial. Adaptarse a las nuevas formas de consumir es el reto de la industria. Hay riesgos en el camino -por ejemplo, la creación en el sector de grandes monstruos cuasimonopolísticos a lo Facebook o Google-, pero también ventajas tanto para creadores como para el público.