Incluso para los gobernantes más experimentados en el ejercicio del poder los «cambios de guardia», es decir, el relevo o sustitución de sus compañeros más cercanos en el arte de conducir pueblos suele ser una asignatura de muy difícil curso. Nuestra flamante democracia sirve a los efectos de ejemplo insuperable. Por diversas causas --las más, relacionadas con la psicología de los presidentes de gabinetes--, resultó ser una operación en extremo compleja la mudanza de titulares de las carteras ministeriales, en especial, las de mayor incidencia en la opinión, a la manera, v. gr., de Interior, Educación o Justicia, sin que por ello, claro está, se encontrara expedito el paso para otros relevos y reemplazos. Así A. Suárez --«chusquero de la política»-- como el carismático F. González, el impasible Calvo-Sotelo, el hiper-autoritario José Mª Aznar o el galaico y calculadamente ambiguo M. Rajoy, todos se han visto en este trance, considerado sin excepción como un «agudo dolor de muelas».

Ahora tan temido lance se le ha presentado por vez primera a la presidenta de la Autonomía Andaluza que, por mor primordialmente de un catedrático atrabiliario de una disciplina manifiestamente secundaria en la concepción del Derecho hodierna, ha gozado de un largo contacto con el aprendizaje de la carrera de Leyes, del que habrá extraído enseñanzas que le han ayudado sin duda a amortiguar las --en el terreno estrictamente personal-- gravosas secuelas de episodio tan reluctante e... indispensable en el estado actual de la Comunidad sureña.

Pues, a los ojos de gran parte de la ciudadanía y de casi la totalidad de los órganos creadores de la opinión pública, la decisión de Dª Susana Díaz no podía retrasarse sin acusado peligro de descarrío de su crecientemente criticada gestión. La coyuntura, desde luego, dista de ser mínimamente óptima a todos los niveles. Un nuevo traspiés del socialismo en las Legislativas francesas --y nada se diga de las atisbadas en plazo corto italianas y en calendario aún más cercano en las alemanas-- dibujaría un contexto aborrascado para el hispano, inmerso a su vez en un proceso en el que es imposible atalayar el paisaje en que desembocará la crisis que hoy lo invade y cuya superación no solo es esencial para su trayectoria, sino también --y acaso en mayor medida-- para la continuidad del bipartidismo del régimen de 1978, clave de bóveda de uno de los mayores periodos de prosperidad en todos los ámbitos de la historia española.

Realizado, así pues, en fase todavía válida el cambio en el sevillano Palacio de San Telmo --¿conservarán sus amplias estancias parte de la prudencia y sofrosine que las habitaron en buena parte de su actividad seminarista y eclesiástica?--, cabe esperar que sea para bien. En algunas consejerías únicamente el relevo de titular habrá implicado ya una mejoría. El articulista como sus lectores posee indudablemente una lista mayor o menor de los Despachos que no admitían ya dilación en la mudanza de sus responsables. El cronista --al menos en la presente ocasión, colmada de ilusión y horra de frustración y dolor (y bien que hay motivos...)-- no señalará algunas consejerías próximas a su oficio que ofrecían una atmósfera invernal, marginadas de cualquier aliento creador. Otras menos conocidas por él recibían la descalificación constante de plumas autorizadas y voces respetables en la vida pública andaluza, tan anémica y, por ende, tan poco cualificadamente crítica con sus dirigentes. Algún trasiego, como el registrado en la Consejería de Justicia, es acreedor al aplauso y la confianza debido a las envidiable cualidades de la antigua y gran alcaldesa cordobesa Dª Rosa Aguilar, al paso que otras designaciones más envueltas en la incertidumbre exigen un crédito temporal que no será, por supuesto, el articulista quien se muestre reacio a su otorgamiento, por su muy dilatada carrera libresca y profesional, en la que el Leviathan, en cualesquiera de sus múltiples fórmulas, ha ocupado y ocupa un lugar de privilegio y permanente reflexión.

Muy probablemente, Dª Susana sea consciente de que tal vez no le sea hacedero repetir la experiencia, cuando menos en San Telmo. Los interminables mandatos de sus maestros y antecesores no son ya imaginables desde ninguna perspectiva. Acaso dicho acontecimiento vuelva a presentársele en el Palacio de la Moncloa, desembocadura natural y lógica para la segunda experiencia gobernante de Dª Susana, primera mujer en tal supuesto que regiría los destinos enteros de la patria española.

* Catedrático