En la primavera de 2015 me encontraba en Atenas con unos amigos y en el Ágora me dio por discursear lo que poco después repetiría en esta tribuna: Recordé al sádico bandido del Ática Procusto que ataba a sus víctimas a las cuatros esquinas de una cama de hierro y les serraba brazos y piernas o las descoyuntaba para adaptarlas a las medidas de la cama. Entonces afirmé que Procusto era la imagen del neoliberalismo, pues es el hombre quien tiene que adaptarse al sistema capitalista, no a la inversa. Califiqué a los mercados como una despersonalización contraria a la más elemental forma de relación humana y denuncié que a griegos y españoles nos habían tomado como a ratas de laboratorio para ver qué nivel de castigo y sufrimiento podía ser aceptado sin que nos rebeláramos. Develé que el beneficio y no el empleo era la prioridad del sistema, y auguré que las diferencias de renta aumentarían y el desempleo no descendería. Con un ¡Muerte a Procusto! abandoné el espacio de libertad donde elevaron la palabra Demóstenes y Sócrates.

-Lleva usted razón. Si el mercado es tan eficiente, ¿por qué la gente anda tan jodida?--irrumpió la voz de un joven español que a la sazón se encontraba en el ágora.

-Y si anda tan jodida, ¿por qué no se apiadan de ella?- -añadió la bella joven que le acompañaba.

-Porque -aclaré- evitar la inflación y el pleno empleo es el enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado, la nueva versión de la lucha de clases.

-¡Lucha de clases!- intervino entonces un tipo que había estado meando tras un olivo -¡Vaya ideas que le está inculcando a estos jóvenes! ¿Pero es que usted no ha tenido alguna vez una empresa? ¿Es que no ha necesitado dinero de los bancos? Y ustedes, pardillos idealistas, ¿es que son ricos sus papás y se dedican a hacer turismo en vez de hacerse emprendedores?- dijo encarándome con los jóvenes.

-Mira, tío -le replicó el joven-. A mi padre le ha quedao un mojón de penzión, zervidor tiene dos lizenziaturas que me he costeao dejándome explotar por empresarios sin escrúpulos, y un paro de muy larga durazión, tan largo que nunca he lograo un currelo digno en mi país al terminar los estudios; y mi novia, aquí en cuerpo presente y doctorada en lenguas clásicas, enjabona escaleras en París y yo voy por detrás zecándolas, que los dos pertenecemos a la Cofradía de la Fregona y el trabajo nos permite ahorrar y venir a practicar el griego.

Aquel currículo expuesto con tanta precisión, contundencia y humildad proletaria me pareció más elocuente que todas mis palabras; la gracia con que lo remató, la fonética, el acento, el desparpajo y el término «mojón» en vez de «mierda» me convencieron de que estos jóvenes eran andaluces de pura cepa, populistas.

La gente del pueblo estaba entusiasmada por aquellos días: en Grecia había ganado Syriza las elecciones y, en España, Podemos con 5 millones de votos había roto el bipartidismo.

Lo de Podemos habrá de verse. Pero Syriza llegó al poder en 2015 con un discurso antiaustericida y luego su líder Tsipras se arrugó y terminó aplicando a rajatabla los ajustes exigidos por la Troika (junto a España es el país de mayor desempleo), traicionando la voluntad mayoritaria del pueblo griego que ahora opta por el partido neoliberal Nueva Democracia, que ni es tan nuevo (alternó gobierno y corrupción con el Pasok) ni tan demócrata (se nutre de los nazis de Amanecer Dorado y exhibe un discurso nacionalista y anti-inmigración). Desconcertante caso que parece confirmar el dicho de que «hay cozas que no puen zer y, además, son impozibles». Así las cosas, da igual que gobierne Tsipras o Mitsotakis.

* Comentarista político