Carmen Calvo llegó aquella mañana de mayo, como tantas otras veces, a la ciudad de Palma del Río para ir ultimando el proyecto cultural del futuro Espacio Victorio y Lucchino en el convento de Santa Clara. La jornada fue maratoniana, desplazarse desde la capital, atender a cientos de llamadas, estar atenta y tomando decisiones sobre la salida a la crisis de Cataluña, corresponder a las obligaciones con la Universidad de Córdoba, intercambiar información con Pedro Sánchez y, por momentos, hablar emocionada de su hija y nieta. Desbordada de obligaciones y compromisos, hallaba un relajamiento al cruzar el Valle del Guadalquivir, oler a azahar, saborear las dulces naranjas y hablar con pasión de ese inminente museo al que ha puesto, como diría el bolero, alma, corazón y vida.

Para aceptar el reto palmeño, le valía su acreditada relación cultural con esta ciudad en la que inauguró el Teatro Coliseo en 2001, siendo consejera de Cultura de la Junta de Andalucía, su amistad personal con el que fuera secretario general del PSOE, José Antonio Ruiz Almenara, con José Víctor Rodríguez y José Luis Medina del Corral, y su conocimiento de los recientes museos de España en su etapa de ministra de Cultura. Pero las medallas y honores se quedaban en el camino para sentarse con concejales de todo el arco iris palmeño y convencerles de las bondades del museo en obras. Carmen Calvo echaba a volar su imaginación y ya veía celosías y espacios, jardines y bibliotecas, salas con un hilo argumental de moda y novias volando por el firmamento de vigas centenarias y muros claustrales. Qué alivio hablar de espacios culturales en medio de las batallas cruzadas en los espacios políticos. Y al regresar a Córdoba, un rehacer la agenda. Volver para terminar lo empezado, apoyar a las mujeres de la asociación de diseñadores, buscar un hueco para hablar de diseño, retirarse del mundanal ruido entre las calles de Palma del Río o Cabra. Y de un día para otro, vicepresidenta del Gobierno de España. Nada es casual.

* Historiador y periodista