Las terribles imágenes de pequeñas tiendas de campaña casi sepultadas bajo la nieve en las que cientos de refugiados están soportando temperaturas gélidas en un campamento de la isla griega de Lesbos, a parte de sacudir la conciencia de todos, debe servir para revisar las insolidarias respuestas que Europa da a una crisis humana de formidables dimensiones. Miles de seres humanos que escapan de la guerra, la persecución y el dolor se encuentran en el territorio europeo, la supuesta organización civilizada, a las puertas de una crisis humanitaria similar a la que sufrirían en sus países, en este caso debida a la inmisericorde ola de frío. La Unión Europea debería estar arbitrando soluciones, parece claro.

Los primeros síntomas, sin embargo, no invitan al optimismo. La Comisión Europea no tardó ayer en admitir lo que es evidente, que el rigor de las bajas temperaturas ha hecho «insostenible» la situación de los refugiados en Grecia, pero se limitó enseguida a señalar que es «responsabilidad» del Gobierno de Alexis Tsipras ofrecer soluciones. De nuevo una respuesta cobardemente administrativa frente al drama de familias enteras amenazadas por una ola de frío que, aunque no fuera con el rigor que está mostrando, debiera haber sido mínimamente prevista. El invierno nunca suele ser generoso con quien solo tiene una tienda de campaña para cobijarse.

Incapaz de gestionar de forma global la crisis de los refugiados --disimulada con un vergonzoso pacto de compraventa con Turquía--, Europa actúa cada vez más a la defensiva movida por el temor al ascenso en su propia casa de los partidos xenófobos y el recelo que la llegada de refugiados de cultura islámica provoca tras los últimos atentados yihadistas. Alemania, que fue inicialmente un ejemplo de solidaridad, ya retrocede, sobre todo tras el zarpazo terrorista de Berlín, que, frente al equilibrio sensato de Merkel, ha dado alas al deseo de los terroristas de despertar odio entre la población.

Clamoroso está resultando el fracaso del acuerdo sobre reparto de refugiados. Con cuentagotas se cumple el compromiso de septiembre del 2015 de repartir en dos años a 160.000 refugiados asentados en Grecia e Italia. Y España figura entre los más reticentes: de los 17.337 que el Gobierno asumió acoger, a regañadientes, solo han llegado 898. Y eso a pesar de que ciudades como Barcelona y Madrid cuentan con dispositivos preparados para el asilo. Otra muestra más de la negligencia política con la que se gestiona una emergencia humanitaria. El frío volverá ahora durante unos días a situar a los refugiados en la primera línea de la actualidad, pero cuando suba el termómetro todo indica que volverá esa vergonzosa globalización de la indiferencia europea ante el destino de quienes vagan huyendo de la guerra, el hambre y buscando una vida mejor. Habría que evitarlo.