Bajo un rótulo con la palabra «Flamenco» groseramente tachada, reza algo así como que «ya es hora de acabar con los tópicos en España» y esto lo publicita una marquesina del Ayuntamiento de Valencia en plena vía pública en nombre de un acto sobre ciencia y emprendimiento. Poca ciencia, menos emprendimiento y muy poco celebro quien haya tenido tan atrevida, ridícula y ofensiva manera de hacer un canto al necesario emprendimiento a costa de «tachar» y denostar el flamenco como arte indiscutible. Espero que haya muchos que decidan no acudir a dicha reunión solo porque nada bueno pueden obtener de quienes se atreven a semejante aberración.

En la vida hay muchos atrevidos que pretenden quitar la grandeza de lo que siempre será grande; de eliminar la importancia de lo que algún día fue importante y hasta quienes pretenden borrar de un plumazo la historia, como si la historia pudiera cambiarse y mucho menos borrarse. Con las calles pasa un poco lo mismo porque son historia viva de una ciudad.

No he hecho un estudio sesudo de qué subyace detrás del rótulo de tanta calle como hay en el mundo, y ni siquiera de lo que hay detrás de las de mi ciudad, pero estoy absolutamente convencida de que siempre habrá un nombre, una efemérides a la que esté dedicada, o un hecho histórico que se pretenda reconocer, que serán puro agravio para unos y lo contrario para otros, sin que ello tenga más importancia que el respeto que en todo debe prevalecer a la diversidad y a la historia.

Las calles reflejan con su estructura, hasta con su trazado y por supuesto con sus edificios y lo que esconden tras de sí, o bajo sus cimientos, la historia viva de una ciudad y créanme que el nombre de ellas muchas veces es lo de menos, porque por más que manden los políticos, siempre mandará la costumbre del lugar.

Nadie podrá impedir que vayamos a misa a la «Mezquita», por absurdo que parezca, que de patios nos paseemos por la «casa el viejo», aunque los foráneos no lo entiendan y que de compras sigamos yendo a la calle Cruz Conde.

En Gibraltar la corta longitud de la pista del aeropuerto provoca que se corte el tráfico en una de sus calles cada vez que despega o aterriza un avión y ¿saben cómo se llama? ¡Avenida Winston Churchill! Ni el nombre, ni Winston si levantará la cabeza, ni sus detractores son lo importante, porque hay calles que por sí mismas trascienden a todos y hasta a la historia.

* Abogada