Este otoño ya instalado en nuestras vidas trae de nuevo a Córdoba una original propuesta que el pasado año triunfó en su debut, el Festival de las Callejas. Desde hoy y hasta el domingo esos espacios angostos y cargados de historias y leyendas que tanto deben a la herencia urbanística de Al Andalus vuelven a ser foco de atención de propios y extraños, pues si bien la iniciativa está destinada a ofrecer más alicientes al turismo, que en estas fechas flaquea --relativamente, no hay más que ver las multitudes que siguen moviéndose en torno a la Mezquita-Catedral y las previsiones para el puente en el que nos adentramos--, lo cierto es que muchas de esas callejas fueron un grato descubrimiento para los mismos cordobeses en la primera edición. Y es que paseando por estos rincones con aroma de secreto que siempre estuvieron ahí, en el corazón del casco histórico --dicen que el mayor del mundo--, aunque llevados por la prisa rara vez reparamos en ellos, se entiende el embeleso que sobrecoge al visitante cuando pisa Córdoba por vez primera. Es una fascinación unánime que va más allá del récord de las cuatro declaraciones de Patrimonio de la Humanidad, con todo el plus añadido que sin duda estas representan, pero que no todo el que llega conoce; es un tirón orgánico que encoge el estómago y agita el corazón ante una belleza única que los de aquí solo valoramos en toda su grandeza, suponiendo que realmente lo hagamos, cuando salimos fuera y comparamos con lo que hay en casa.

De ahí la oportunidad, y el éxito asegurado de antemano, de unas jornadas que, organizadas por la delegación municipal de Turismo con el impulso de los responsables de la Casa de las Cabezas, dirigen la atención hacia esta callada parte del patrimonio urbano. Un territorio casi ignorado que no solo sale ganando en reconocimiento sino en puesta a punto y limpieza, pues muchos de los callejones, sin salida y cerrados al paso el resto del año, se abren a la mirada ajena tras el lavado de cara que estaban pidiendo a gritos. Para visitarlos, los organizadores recomiendan pertrecharse de zapatos cómodos, porque son unos nueve kilómetros los que tiene por delante quien se proponga recorrer de una tacada las 52 callejas que entran en liza --del total de 175 inventariadas--. Están repartidas en cinco rutas, cuatro de la Axerquía norte y sur y otra de la Judería, y unas son de desnuda sobriedad y otras muestran adherencias folclóricas que quizá sobran. Se abre, en cualquier caso, un laberinto de memoria y cal que en esta ocasión se ofrece bajo el eslogan de «El alma de Córdoba está en sus callejas ¡Descúbrelas!», lema un tanto sobado si se tiene en cuenta que alma no hay más que una, y que por tanto debe tratarse de la misma alma que ya da nombre a la codiciada visita nocturna a la Mezquita-Catedral. Ahí ha faltado imaginación.

La propuesta estará animada con actividades artesanales, sorteos y un pasaporte que se otorgará a quien justifique haber completado el recorrido. Y todo con una doble intención: animar el turismo y, en lo que toca a los de dentro, frenar el envejecimiento y la despoblación del casco histórico. En resumen, se trata de atraer a los de fuera sin espantar a los vecinos, evitando que estos huyan hacia zonas más tranquilas en una ciudad, no se olvide, con el sosiego fijado en su ADN. Un reto complejo, porque ese equilibrio es tan deseable como difícil; no hay más que mirar hacia los patios, tan a pique de morir de éxito que un congreso internacional analizará en noviembre cómo conjugar el disfrute de lo propio sin que se resientan las visitas. Un gran desafío.