En la era de la comunicación total, accesible e inmediata; cuando las empresas tecnológicas nos anuncian que en 15 años será ilegal que los humanos conduzcan; cuando la vida apantallada que tenemos está a punto de ser sustituida por hologramas, en una tercera dimensión virtual; resulta que en bancos y notarías están volviendo a la caligrafía. No me lo han contando, lo he visto con mis propios ojos y por eso lo cuento, celebrando que sean estas distinguidas instituciones las únicas que aboguen por la defensa del manuscrito y contribuyan así a evitar una sociedad de ágrafos. Porque ustedes mismos habrán comprobado cómo no hay forma de cursar una reclamación, petición de cita o matriculación si no es vía internet, y hasta la firma personal ha sido sustituida por el lápiz digital. Escribir a mano ha sido erradicado de nuestros usos y costumbres, salvo que usted contraiga una hipoteca con el banco. Entonces verá, cuando vaya a firmar la escritura de su hipoteca en la notaría, que el señor notario le mandará hacer un copiado en el que el prestatario hace una declaración jurada de que se ha enterado de las condiciones del préstamo. O sea, el máximo fedatario de transacciones y herencias queda ahora subrrogado a que el paisano escriba y firme que el notario le ha contado bien la película. ¿Pero no tiene suficiente autoridad otorgada y conocimiento demostrado como para decir con su palabra, en su casa y con su prestigio, que aquello queda explicado? Esto es el mundo al revés. Y la misma práctica se está siguiendo en los bancos, y ahora que están volviendo a firmarse hipotecas vamos a ver en las sucursales, si es que no habilitan un escritorio y pupitres, a los clientes encorvados escribiendo a duras penas -pues ya no es una práctica habitual- los formularios de su puño y letra ¿A qué viene toda esta artificiosidad, impostura, parafernalia inútil y trasnochada? Como suele suceder, son las consecuencias de lo mal que se hicieron las cosas cuando se firmaron hipotecas a troche y moche y cuando se colocaron las tramposas cláusulas suelo que los prestatarios no sabían que llevaban como un yugo en su escritura. Cuando el Tribunal Supremo declaró dichas cláusulas, se dictó una ley que obligaba a ese manuscrito del «conforme, me he enterado» que se adjuntaría a la hipoteca. Una ley que, a mi parecer, deja a los notarios en entredicho, pues ningunea su autoridad para decir esto queda explicado y mantenido por mí, y de ahí a estas prácticas caligráficas que con las nuevas hipotecas ahora comienzan a verse. Todo sea por perseverar la saludable práctica de la escritura.

* Periodista