La percepción colectiva de que la calidad institucional española es muy mejorable se abre paso día tras día inexorablemente. Es decir, por la fuerza de los hechos. El Círculo de Empresarios presentó el lunes en el Congreso de los Diputados el estudio La calidad de las instituciones en España, un trabajo riguroso y muy bien fundamentado, «marca de la casa», en el que, entre otras cosas, destaca el contraste entre lo que creemos sobre nuestras instituciones públicas, «que son de baja calidad y muy en particular sus cúpulas políticas» y la valoración «relativamente positiva de nuestras experiencias con las instituciones públicas sobre todo las prestadoras de servicios básicos, educación y sanidad».

El trabajo trae de serie una mirada muy amplia que manifiesta de continuo, como cuando deja al albur de la discusión ideológica el tamaño de lo público y se centra en su calidad, la clave del asunto. Unos preferirán un Estado grande como Dinamarca y otros pequeño como Singapur, pero todos coinciden en que lo fundamental es tener un buen Estado, «entendido como unas instituciones públicas que actúan de manera imparcial, sin favorecer a los ciudadanos o grupos en virtud de su poder económico o político». No hay más comentarios Señoría...

Es evidente que desconfiamos cada día más de que lo nuestro sea un buen Estado. De hecho, estamos a la cola de la UE --campo de juego-- a la hora de confiar en instituciones como el Parlamento o el Gobierno, lo cual es tan descorazonador como inevitable a la luz de lo cotidiano. Estos días, y los de antes más allá, desciende la credibilidad institucional por los comportamientos de quienes las gobiernan, sea por activa o pasiva. Por hacer o dejar hacer. Y la sociedad exige transparencia, una de las consecuencias de esta revolución vital que acelera exponencialmente y una evidencia absoluta de este presente continuo. Pero también necesita mucha calidad institucional --y no sólo en lo público-- porque esa es la garantía de que avanzaremos de verdad.

* Consultor de Comunicación