Scorsese ha filmado posiblemente su obra crepuscular. Una película clásica de cine que en realidad no es cine, pues El irlandés casi ha sido imposible visionarla en un patio de butacas. Ese gran esteta de la violencia habrá recordado con nostalgia sus inicios en el Nueva York de los setenta. Es curioso el testado calentamiento global, pero la atmósfera cinematográfica de aquellos años desprende más calor. Aquel pasado neoyorkino se asocia con el roce corporal de la música disco, o con las bocas de incendio donde se refrescaban aquellos chavales de malas calles que hubieran encerado el taxi de Robert de Niro.

Martin Scorsese no hizo cine de catástrofes, uno de los géneros que definió aquella década. Esta cumbre de Madrid habría encajado en el guion de toda aquella variedad de catarsis colectiva: la tragedia y el esfuerzo común como única vía para salir vivos de unos modernizados caprichos de los dioses. La humanidad ya estuvo en peligro muchas veces en el super 8. De hecho, nunca dejó de estarlo. Es más, las advocaciones de estos activistas ecológicos tendrían que dirigirse hacia Noé, el primer hombre que advirtió una inundación universal. Ahora, al igual que en aquel ancestral reclutamiento de especies, no hay tiempo para la nostalgia. Habría que encajar a Noé en una de las cinco extinciones masivas que ha conocido este planeta. A nosotros nos toca gestionar la sexta, precisamente el número del diablo. Claro que aquel patriarca bíblico medía en codos las dimensiones de su arca, y a nosotros nos es más útil las partes por millón para medir la concentración del dióxido de carbono.

Esta concienciación frente al calentamiento global es tan primitiva como las sangrías que practicaban los barberos. La diferencia está en que este planeta no puede aliviar la saturación de CO2 con un sajado en la piel: el efecto invernadero puede llegar a ser tan simple como una chimenea sin tiro. Y el simple aumento de un par de grados puede abrir la puerta a la inclemencia de lo desconocido, como aquellos primeros galeones que se enfrentaron con el Atlántico sin conocer la temporada de huracanes. Ergo el desierto de Tabernas puede alcanzar territorio manchego. Y los hijos bastardos de la Atlántida vendrán a reclamar la bucólica legitimidad de nuevos paraísos sumergidos. Desgraciadamente, en ese lote también se incluirá Doñana, y quizá sea esa una de las razones por las que los dirigentes de Vox se aferren al negacionismo: aquellas marismas les evocan el sosiego de presidentes socialistas.

En la Cumbre de Madrid se habrán colado muchos vendedores de tónicos milagrosos, como los oportunistas que se enrolaban en las caravanas del Oeste. Pero por encima de ellos está el aval de la comunidad científica, la que testa que estas furias de la naturaleza no son de cartón piedra. Y la opinión pública ha cogido el viento de cola de que esta advertencia va muy en serio. Una de las contribuciones a la descarbonización, será la desaparición el próximo año de las fumarolas de la central de Puente Nuevo. Posiblemente no será suficiente.

* Abogado