Después de lo visto en la sesión de investidura, mucho me temo que vamos a elecciones en el otoño. Por simple cálculo electoral. Un cálculo que es muy simple.

Para ser investido presidente y poder gobernar, lo importante no son los millones de votos que respalden a un partido, sino el número de escaños en el Congreso de los Diputados. Un número de escaños que depende del porcentaje de votos válidos que se obtengan y, cosa importante, si el partido fue de los dos primeros, porque el sistema electoral D’Hont recompensa a los primeros en cada circunscripción. Si el sistema fuera proporcional puro un 1% de los votos equivaldría a 3,5 escaños en el Congreso. Sin embargo, en las tres últimas elecciones (2019, 2016 y 2015), un 1% de los votos de los dos primeros partidos (PSOE y PP) se transformaron en 3,9-4,2 escaños. Es decir, los primeros partidos en las elecciones consiguen por cada punto un escaño más, que, lógicamente, pierden los otros partidos, nacionalistas aparte. Así, el 28,7% de los votos del PSOE en las últimas elecciones le han dado 123 escaños (multiplica por 4,3), mientras que el 16,7% del PP le ha dado 66 (multiplica por 3,95), mientras que, por ejemplo, el 14,3% de Podemos solo le ha dado 42 (multiplica por 2,9), mientras que Vox con un 10,3% solo tiene 24 escaños (multiplica por 2,3). Y esto se repite en las anteriores elecciones con bastante aproximación.

Desde esta perspectiva, y sabiendo que el PSOE está en condiciones de volver a ser la fuerza más votada y el PP la segunda, a ambos les interesa ir a elecciones en el otoño. Al PSOE porque sabe que, al margen de la abstención por hartazgo, que afectaría a todos los partidos, puede mejorar su porcentaje por el desgaste de Podemos y de Ciudadanos. Solo con una mejora del 2-3% se iría a 135-138 escaños, a 40 de la mayoría absoluta, que son con los que gobernó Rajoy. Con lo que tendría más fácil una coalición en otoño, pues Podemos no tendría tantas exigencias e incluso Ciudadanos podría entender su papel de partido bisagra si bajara de los 50 diputados. Y podría no depender de los independentistas. Por otra parte, sabe que la distancia de 12 puntos que tiene con el PP hace que este no pueda ser el partido más votado, ni formar gobierno.

Al PP también le interesan las elecciones en otoño. La corrupción y el cambio de liderazgo ya se pagaron en las elecciones anteriores, y Casado y el nuevo aparato han madurado para unas elecciones con más garantías. Mejoría su porcentaje por la bajada de Ciudadanos y, sobre todo, de Vox, con lo que podría ganar un 3% que serían unos 10-12 escaños hasta llegar a los 78 escaños.

Curiosamente los dos partidos que más podrían perder con una nueva convocatoria, Ciudadanos y Podemos (Vox aparte), aquellos cuyos factores de multiplicación electoral es inferior al 3,5 por su posición relativa en las últimas elecciones, son los que más han hecho por ir a ella. A Ciudadanos una pérdida de un 3%, algo posible por la estrategia de Rivera, le llevaría a perder 8-10 escaños. Tendría menos de 50 escaños, lo que permitiría una rectificación y aceptar una coalición con el PSOE (con ministerios) o apoyo externo, como hizo con Rajoy. Podemos, por su parte, también perdería con nuevas elecciones, ya que una caída de 2-3 puntos le haría perder entre 6-8 escaños. Máxime si Errejón lanza su plataforma. Por eso, si la estrategia de Rivera es incomprensible, la de Iglesias es irracional.

A Pedro Sánchez, además, no le interesa ahora una coalición con Podemos, por la desconfianza generada, por la incertidumbre de la sentencia del procés y porque el verano mejora las variables económicas. Así pues, para Pedro Sánchez lo mejor es paciencia y elecciones, salvo que Rivera rectifique (que lo dudo). Y conste que no me llamo Iván Redondo.

* Profesor de Política Económica. Universidad Loyola Andalucía