A finales del Siglo XXI, una pequeña parte de la humanidad se radicalizó. Es decir, no hubo una rectificación de los errores insolidarios sino una adaptación a los mismos para legalizarlos. Esto llevó a que la distinción entre ricos y pobres fuese muchísimo más acusada y ausente total de remordimientos, desapareciendo así cualquier atisbo de sentimiento de hermandad con el tercer mundo. Las enseñanzas de Cristo, Gandhi o Luther King, quedaron proscritas. La parte desarrollada del planeta decidió, no solo conservar su mundo a toda costa sino aumentar sus excesivas comodidades con el pretexto de que una visión más humanitaria terminaría destruyendo esta meritoria y avanzada civilización debido a que la desesperación hambrienta e incontrolada del 99% del planeta provocaría una invasión de millones de personas con mucho odio y resentimiento vengativo. Los pobres patrios fueron muriendo a medida que no gozaban de una sanidad digna y los que quedaron se integraron bien. Las fronteras físicas desaparecieron para que no pudieran ser cruzadas; pero todo aquel que osara buscar el paso misterioso moriría fulminado por minas inteligentes y personales, así como fibras invisibles que descargaban una electricidad inimaginable. En ese mundo mega privilegiado, las típicas celebraciones que conmemoraban cualquier evento o fecha memorable siguieron lógicamente vigentes, pero de una forma totalmente contraria a aquellas costumbres de antaño que contemplaban servir buena comida como parte sustancial de la celebración. Porque en esta sociedad nueva había tanta abundancia de comida que la alimentación no estaba asociada a días especiales. Todo lo contrario, tanto derroche, materialismo y ambición continua provocó que, en ese pequeño mundo supuestamente feliz, la población sobrada sufriera muchísima ansiedad por tener todo al instante. Además de un estreñimiento generalizado. Entonces, las celebraciones cambiaron su filosofía. Un día feliz de conmemoración tenía que tratar de evitar esos dos males: la ansiedad y la dificultad de evacuar la mierda acumulada dentro de sí. Las fiestas seguían celebrándose en grandes salones y para combatir la depresión se disponía una fiesta final. Pero antes de todo esto se les concedía un método para beneficiarlos no solo mentalmente sino también intestinamente y por supuesto a un nivel personalizado: a cada invitado se le proporcionaba un poderoso laxante en un limpio y hermoso cuatro de baño con música relajante para que cagara tranquilito.

* Abogado