El caballo está en los huesos, la curvatura del esqueleto afilándose a pleno sol, los ojos comidos de legañas.

Tomás el Boni, romero de toda la vida, propietario de una administración de loterías en la vida corriente, continúa el peregrinaje con sus amigos, gente de la hermandad, su gente. Ha dormido poco o nada. Está afónico. Nota en la cabeza la paliza de tantos días, un esbozo de amargura enturbiando el flujo del pensamiento, pero hoy está dispuesto a echar el resto. En la aldea hay que morir. Hay gente a la que todavía no ha visto, casas con gloria bendita en las neveras que todavía no han pisado sus botos llenos de polvo del camino, jamón cinco jotas que todavía no se ha deshecho como deliciosa gelatina en el cielo de su boca, chistes de arte que todavía no ha celebrado con su risa rociera, difuntos por los que todavía no ha llorado a lágrima viva.

El caballo tiene el dorso hundido a consecuencia del peso prolongado. Se le está acabando el fuelle. El aire entra en sus pulmones cada vez con más dificultad. Probablemente padece una infección respiratoria. Lleva demasiadas horas sin beber.

El Boni está en su pompa. Ha ligado. Una muchacha tirando a mayorcita pero con un cuerpo bastante en condiciones, maestra de Música, dos horas venga a darle charla al Boni y a rozarse hasta que se quedaron solos y el Boni dijo esta es la mía.

Una chica se ha parado delante del caballo y ha llamado a la Guardia Civil. Le han pedido una descripción del animal. La chica solo ha atinado a decir caballo marrón medio muerto porque uno de los tratantes se estaba percatando del asunto.

El Boni y María José caminan cogidos de la cintura y más bien perjudicados. Ella dice que le duele mucho el pie. El Boni no se lo piensa dos veces y le dice que espere, que ni se le ocurra moverse de allí. Entonces va en busca del chaval del pañuelo de otras veces y le dice que le averigüe un caballito, el que tenga por ahí, el chaval que dos horas cincuenta pavos, el Boni que mucha tela y el chavalito pues eso es lo que hay... Y porque te conozco. Unos minutos después el Boni empuja hacia el infinito y más allá las nalgas fondonas de María José para que tome asiento en la cabalgadura. Acto seguido él por poco hinca el hocico al acomodarse en la silla con la fingida desenvoltura de Curro Jiménez...Horas después el animal se apartará famélico de las proximidades de la ermita, abandonado, roto. Su último dueño ya le había sacado partido y estaba con la mosca detrás de la oreja. Al día siguiente una pareja de efectivos del Seprona encuentra el cadáver de un caballo en una hondonada a las afueras. Alguien levanta acta de la defunción y revisa la estadística de animales muertos en el Rocío durante la última década: 131. Justo en ese momento empiezan a repicar las campanas.

* Profesor del IES Galileo Galilei