Un tweet me traía el pasado mes de enero la noticia del fallecimiento, a los 93 años, de Jose Luis Garcia Rúa, catedrático emérito en el campus nazarí y uno de los referentes históricos del anarquismo. A ello contribuyó no solo su pensamiento y una trayectoria vital repleta de toda clase de aconteceres, sino también -al margen de controversias y activismos políticos- una faceta ética y una actitud ante la vida y ante la enseñanza de la que muchos guardan recuerdo y respeto.

Desde entonces me han preguntado por él, en distintas ocasiones, tanto amigos como antiguos alumnos suyos, granadinos y también gijoneses, ya que Rúa era asturiano, de Gijón --y por lo tanto paisano de quien suscribe-- dado que durante un cierto tiempo, en los años 70, estuvo en Córdoba, vinculado a la Universidad Laboral. Varios, llamémosles desencuentros, con el gobernador civil de turno, determinaron su marcha al Colegio Universitario de Jaén, donde fue acogido gracias a los buenos oficios de un cordobés de Hinojosa del Duque, Pedro Cerezo Galán, quien andando el tiempo seria doctor honoris causa por la UCO.

Salvo alguna breve referencia en los medios y el pesar de sus compañeros cenetistas llama la atención que poco más se haya comentado sobre su trayectoria en una Córdoba con tanto pasado anarquista. Quizá porque la mayor parte de los que con él se relacionaron tampoco estén ya entre nosotros. Así Carlos Castilla del Pino. O Rafael Sarazá, quien solía contar cómo una vez que le habían invitado --junto a Rúa y José Aumente-- a dar una conferencia en el citado centro jiennense, el entonces gobernador de la provincia, Pascual Calderón, trató de suspender sus intervenciones. También Andrés Ocaña solía citar a los dominicos y a Garcia Rúa como referentes en su formación.

Otra de sus vinculaciones más cordobesas era de carácter intelectual puesto que su tesis doctoral versó sobre el sentido de la interioridad en Séneca, un autor cuyos conceptos le eran particularmente atractivos. Y del que se ocupó en otros trabajos.

Tuve ocasión de charlar ampliamente con él, con motivo de la exposición La guerra civil a través de los documentos libertarios instalada en la Diputación en marzo de 1985 con parte de los fondos documentales del archivo histórico de la CNT. La muestra se complementaba con un ciclo de conferencias en las que participaba Rúa hablando sobre política y pedagogía. Un tema que le permitía acudir a sus propias experiencias biográficas, desde sus recuerdos de la Revolución del 38 en Asturias o de la muerte de su padre en el frente de Oviedo, hasta sus estancias en campos franceses de refugiados, su trayectoria docente y su peripecia vital en la mina, el campo o la fábrica. Ello, sus amplios conocimientos, su hablar pausado y su inconfundible silueta de barba blanca y largo gabán conferían a su presencia y sus intervenciones un peculiar atractivo.

Pero son su faceta ética y su actitud ante la vida y la enseñanza, de las que varios de los alumnos que iban en Gijón a sus clases particulares de Latín guardan ese especial recuerdo y respeto que me transmiten. De ellas aportan como ejemplo la carta abierta que dirigió a la hija de su maestro Eleuterio Quintanilla, apoyándola en la defensa que ésta hacía de su padre, al que el novelista asturiano Alejandro Núñez Alonso acusaba de sectarismo. En ella, resumidamente, decía:

«En el incendio de Troya, Eneas se contiene en la huída despavorida para buscar a su padre enfermo, y, a hombros, salvarlo de las llamas. Es un ejemplo de piedad.

Cuando Conrado III cercaba la aldea de Weinsberg, prometió libre paso solamente a las mujeres, que podrían llevar (...) tan sólo cuanto fueran capaces de cargar por sí mismas. Ellas salieron, ante los perplejos ojos del emperador, con sus maridos a la espalda. Es un ejemplo de fidelidad.

En los incendios morales es de hijos bien nacidos salvar el buen nombre y la buena memoria de sus padres. Por eso admiro, amiga mía, su gesto de piedad hacia su padre y de fidelidad a la educación que le transmitió (...).

El Señor Núñez Alonso me va a permitir que no le crea. La figura de D. Eleuterio Quintanilla es completamente diáfana (...). Demasiados alumnos y demasiadas personas pueden atestiguar su humanidad, su nobleza, su elegancia de espíritu, su justicia personal, su amor profundo al alumno y a la enseñanza...

En mi experiencia personal puedo decir que era un hombre ejemplar, a quien nunca descubrí en ninguna bajeza moral. Queda pues testimonio, Paz Quintanilla, que ni en la piedad, ni en la fidelidad, ni en la justicia de preservar la memoria de su padre está Usted sola».

En estos tiempos en que los incendios morales se prodigan en todos los niveles y geografías quizá no esté de más recordar estas palabras del viejo anarquista gijonés, el último filósofo obrero. Vayan como una aportación más. Y que al menos su nombre, dentro de la mejor tradición latina, quede pronunciado en Córdoba.

* Periodista