Me preguntó una amiga si la actitud del PP y de Ciudadanos de bloquear la candidatura de Pedro Sánchez en la investidura, sin considerar la posibilidad de la abstención, equivale a la defendida por el hoy presidente cuando articuló su conocido «no es no». Le dije que desde una perspectiva formal (y corta de miras) ambas posiciones son idénticas, pues expresan una negativa. Pero en historia acostumbramos a analizar los procesos. En 2015 el líder del partido que obtuvo mayor número de escaños se negó a aceptar la propuesta real de someterse a la investidura, cosa que sí hizo el candidato del segundo partido, quien sin embargo no obtuvo la confianza parlamentaria necesaria, entre otras cosas por la incomprensible actitud de Podemos, que entonces pensaba en la posibilidad de asaltar los cielos. Hubo nuevas elecciones, de nuevo obtuvo el PP mayoría de escaños, consiguió el apoyo de Ciudadanos, pero el líder socialista consideró que no se podía prestar ni siquiera la abstención a un partido que rebosaba corrupción por todas partes, como demostraría una sentencia judicial. A Pedro Sánchez le costó la Secretaría General de su partido, pero tuvo la decencia de dejar su escaño. Luego vino lo ya conocido: logró la victoria en las primarias del PSOE en contra del aparato, ganó una moción de censura y tras las elecciones de abril su partido es el que cuenta con mayoría de votos y escaños.

Y ahora, a diferencia de lo que hizo Rajoy, ha aceptado someterse a la sesión de investidura en cuanto ha recibido la propuesta del Rey. Luego las diferencias con lo acontecido en 2016 son evidentes, a lo cual cabe añadir que el PSOE no está pendiente de un juicio como el del caso Gürtel. En consecuencia, es difícil de explicar que las derechas (excluyo a la ultraderecha de Vox), tan defensoras de España, piensen en exclusiva en un voto negativo sin entrar a considerar la abstención. Pedro Sánchez tiene la tarea de conseguir los apoyos necesarios para proceder a la formación de gobierno, bien con mayoría absoluta en una primera votación o bien simple en la segunda. Si atendemos a lo conocido, Pedro Sánchez ya se ha reunido dos veces tras las elecciones con Iglesias y Casado, y una con Rivera (este se negó a asistir a la segunda), mientras que otros dirigentes socialistas han mantenido contactos con otros grupos parlamentarios. Una de las claves de la negociación está en la relación con Unidas Podemos, aunque quizás habría que matizar que sobre todo es con Pablo Iglesias, un político que hasta el momento ha hecho gala de un personalismo excesivo, hasta el punto de que todo parece indicar que el punto determinante de la negociación reside en que él acceda a un ministerio, lo cual casa con muchas de sus actitudes desde que llegó al primer plano de la política: la papeleta al Parlamento europeo con su perfil, su rueda de prensa para ofrecerse como vicepresidente y los nombres de ministros mientras Sánchez se reunía con el Rey, o la eliminación de la dirección de Podemos de casi todos los fundadores, en especial de los discrepantes. Como decía la semana pasada Manuel Vicent, «es difícil imaginarlo callado ante un micrófono a la salida del Consejo de Ministros sin intentar segarle los pies al Partido Socialista, dado su carácter».

Unidas Podemos sabe que con un gobierno de coalición será casi imposible conseguir la formación del ejecutivo, y debería saber que desde el apoyo parlamentario podría hacer una política de izquierda con más éxito que si se repiten las elecciones. Margarita Nelken decía que Alcalá-Zamora pensaba que iría el infierno por presidir una República laica, pero que el problema era que creía en el infierno. Iglesias aspira a alcanzar el cielo, y el problema reside en que cree en el cielo (y lo identifica con un sillón en el Consejo de Ministros).

* Historiador