En política, como tantas veces en la vida, es necesario que se produzca una hecatombe para que surja la reflexión. Este pensamiento lo hemos escrito al conocer que el partido de Casado, según él mismo se apresuró a airear, quiere volver al centro. Lugar en donde nunca estuvo pues, desde que desapareció UCD de la escena pública, dicho espacio se halla vacante. A partir de entonces, los sufragios de aquella moderación, lúcida y dialogante, buscaron otros acomodos, desde los que han resultado, en bastantes ocasiones, electoralmente decisivos.

Pensamos que el giro al centro que quiere efectuar Casado llega a destiempo y proclamando una obviedad: el partido Vox, rama desgajada de los credos autoritarios, es una formación de ultraderecha. Vaya descubrimiento. Ahora bien, para que esa tardía manifestación centrista, realizada tras caerse don Pablo del caballo conservador cuando iba camino de la Moncloa, sea una conversión evangélica, es necesario que pase de la voluntad expresada a la vivencia palpable.

Para recobrar el centro perdido, y la credibilidad --cosa difícil--, es indispensable que lleve a cabo, antes de que cante el gallo, las siguientes acciones: Prescindir de mentores tan amortizados como Esperanza Aguirre y José María Aznar, el cual haría un bien a su partido y al país yéndose a jugar al dominó en Quintanilla de Onésimo. Desprenderse de los personajes sorprendentes que lo rodean: Suárez Illana, García Egea, Cosidó... Romper, cueste lo que cueste, las amarras andaluzas que concertó con Vox, porque es imposible estar en misa y repicando: es decir, proclamándose centrista mientras conserva la alianza con los neofranquistas. Y, por último, lo más indispensable: condenar, sin restricciones mentales, rotundamente, en el Parlamento, la insurrección del 36 que produjo, en números redondos, medio millón de muertos y cuatro décadas de dictadura. Esa es la única manera que tiene para poder reciclarse, sustituyendo al centrismo dialéctico por el real.

Si se decidiera por lo sobredicho --cosa que ponemos muy en duda--, esos actos servirían para conseguir otros efectos colaterales, ahora que le discuten al PP hasta su derecho a liderar la oposición parlamentaria al gobierno que se constituya. También, situarían a Ciudadanos en el lugar que numéricamente le corresponde, pues aunque hayan crecido porque los electores los consideran menos inclinados que los conservadores a desarrollar conductas reaccionarias, todavía suscitan dudas las veleidades de la formación de Rivera. ¿Quién puede entender que para llegar a la Junta andaluza hicieran un pacto de perdedores con los ultras y en Madrid pongan en cuarentena al partido más votado, que se autodefine como social-demócrata? Veleidades que apartan a Ciudadanos de ser, como presumen, un partido liberal a la usanza europea. Lo cierto es que hasta a sus socios en Bruselas y Estrasburgo les resulta empinado comprender la alianza que, de hecho, mantienen con Vox, aunque la expliquen asegurando que solo la realizaron para defenestrar de la presidencia autonómica a la sevillana Susana.

Dicha argumentación pone de manifiesto que para las huestes andaluzas de Rivera el fin justifica los medios. Olvidan que la auténtica política liberal --por favor, no confundirla, aunque use el mismo nombre, con el neoliberalismo económico y mercantil-- tiene dos fundamentos éticos ineludibles: considerar tan falsa como malvada la idea de que quien no está conmigo es mi enemigo y tener siempre presente que el fin jamás justifica los medios. En resumidas palabras: que el jefe de Ciudadanos, aunque en menor escala que Casado, también necesita cursar un máster sobre política centrista para dejar de mostrarse como una derecha versátil.

Ya iremos verificando el devenir de los acontecimientos aunque confesemos que, de entrada, somos escépticos sobre la posibilidad de que unos y otros se anclen definitivamente en el centrismo verdadero, exacto, que, sin dejar herederos hasta el momento, está perdido desde la extinción de UCD.

* Escritor