Entre tanta maldad, entre tantos precipicios delictivos y morales como pueblan los estercoleros del mundo, alguna que otra vez nace una flor que por un instante perfuma el ambiente. Suelen ser pequeños gestos, detalles sencillos que vienen a recordarnos que la bondad es posible gracias a que existen seres que todavía la practican. No se trata de grandes gestas, ni de alarde alguno de santidad sino de simples impulsos que tranquilizan la conciencia de quienes se dejan llevar por ellos. Por ejemplo el agente comercial cordobés de 46 años, padre de dos hijas y vecino de la calle Torremolinos, que ha entregado a la Policía Local el bolso que se encontró con 1.800 euros. No es infrecuente que lleguen hasta la Oficina de Objetos Perdidos bolsos, móviles o paraguas depositados allí por ciudadanos responsables que prefieren no apropiarse de ellos cuando por casualidad se los encuentran. Lo que ya es menos habitual es que alguien se tope con semejante cantidad de dinero sin dueño conocido, quizá necesitándolo -por el barrio que habita es fácil adivinar que la familia no debe nadar en la abundancia- y la entregue íntegra a la autoridad para que trate de devolverla a su propietaria. La tarea resultó fácil, por la documentación que la mujer llevaba en el bolso olvidado, junto a otras pertenencias, cuando cargaba su coche en la calle Virgen de los Dolores antes de salir de viaje; así que a las pocas horas recuperaba lo perdido, antes incluso de haberlo echado en falta, y pedía a la policía el teléfono de Rafael Ortiz, el héroe de esta historia, para darle las gracias personalmente.

Una historia con final feliz, como lo ha tenido por las mismas fechas -parece que hay buena cosecha de altruismo- otro suceso ocurrido hace unos días en esta ciudad, cuando un agente de la Policía Nacional fuera de servicio evitó que dos mujeres amigas de lo ajeno robaran a un anciano 1.500 euros cuando salía de un banco en la zona de Levante. Probablemente guiado por su instinto profesional, el agente en horas de descanso vio sospechosa la actitud de aquellas mujeres que seguían al abuelo desde la entidad bancaria y que hábilmente acabaron quitándole el sobre que guardaba en el bolsillo. Llegó a tiempo de evitar la sustracción y de acudir en auxilio de la víctima, un pobre jubilado al que seguro que tampoco le sobraba la cantidad hurtada y que no salía del desconcierto ante lo sucedido, pero las mangantas consiguieron huir. Poco después eran detenidas y esta historia también acabó bien. Bueno, para ellas no tanto.

En ocasiones ocurre que lo bueno sale a la luz abriéndose paso entre lo malo, pero eso no le quita valor sino todo lo contrario, hace que centellee más entre la oscuridad. Hablo de casos como el que acaba de conocerse del matrimonio zaragozano que con otros compinches montaron una red de sociedades para desviar los fondos que recaudaban bajo la excusa de ayudar a niños enfermos de cáncer y al Tercer Mundo. Crearon una falsa asociación y disfrazados de ternurismo barato llamaban al corazón de personas solidarias -que son muchas más de las que pudiera creerse-, y se apropiaban de sus donativos, salvo una cantidad insignificante que entregaban no por ayudar a nadie sino como coartada que les permitiera mantener engrasada la maquinaria recaudatoria. Y encima, como les debía de saber a poco, se pusieron sueldos millonarios por gestionar la entidad pirata. Algo parecido al caso de los padres de Nadia, en prisión por estafar a quienes creyeron salvar con sus aportaciones a la pequeña de una muerte segura que ellos se habían inventado. La malicia no descansa, pero quedan generosidad y honradez suficientes para ponerle freno.