Mientras muchos continúan cada día seducidos con el debate que la realidad inducida o la manipulación política o mediática les ofrece, alimentando las tertulias y las redes sociales con pasiones encendidas, dividiendo y polarizando la sociedad, nos encontramos hoy con la celebración del Día Internacional de la Educación, una jornada declarada por la Asamblea General de las Naciones Unidas con el objetivo de reconocer a la educación como pilar del bienestar humano y el desarrollo sostenible.

La educación, básicamente es el proceso de aprendizaje permanente que abarca las distintas etapas de la vida de las personas y que tiene como finalidad alcanzar su desarrollo espiritual, ético, moral, afectivo, intelectual, artístico y físico, mediante la transmisión y el cultivo de valores, conocimientos y destrezas. Se enmarca en el respeto y valoración de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, de la diversidad multicultural y de la paz, capacitando a las personas para conducir su vida en forma plena, para convivir y participar en forma responsable, tolerante, solidaria, democrática y activa en la comunidad, y para trabajar y contribuir al desarrollo de la sociedad. Todo ello, además, como señala la Ley Orgánica de Educación, con la adquisición de hábitos intelectuales y técnicas de trabajo, de conocimientos científicos, técnicos, humanísticos, históricos y artísticos, así como el desarrollo de hábitos saludables, la capacitación para el ejercicio de actividades profesionales que garanticen también la plena inserción del alumno en la sociedad digital.

Por ello, los protagonistas de esta educación que abarca toda la vida, son tanto la familia, como la escuela, como el conjunto de la sociedad, cada uno en un nivel propio y distinto de responsabilidad. Ya conocen el proverbio africano de que para educar hace falta la tribu entera. Lo acaba de señalar Audrey Azoulay, directora general de la Unesco, al afirmar que ahora más que nunca necesitamos movilizarnos en favor de la educación: «Todos los agentes, ya se trate de dirigentes políticos de alto nivel o de ciudadanos, de estados y asociaciones, de docentes y padres de alumnos, tienen un papel que desempeñar, a su escala, para que el derecho a la educación sea una realidad para todos. Esta es nuestra responsabilidad hacia las generaciones futuras.»

Y además exigimos una educación de calidad, que no es aquélla que enseña 3 idiomas en lugar de 2, sino aquella que forma mejores seres humanos, ciudadanos con valores éticos, que ejercen los derechos humanos, cumplen con sus deberes y conviven en paz. Una educación que genera oportunidades legítimas de progreso y prosperidad para ellos y para la sociedad. Una educación que sea inclusiva y equitativa para todos y de oportunidades de aprendizaje a lo largo de toda la vida, sin la cual los países no lograrán alcanzar la igualdad de género ni romper el ciclo de pobreza que deja rezagados a millones de niños, jóvenes y adultos. Recordemos, por ejemplo, que en la actualidad, 262 millones de niños y jóvenes siguen sin estar escolarizados, 617 millones de niños y adolescentes no pueden leer ni manejan los rudimentos del cálculo.

Es el momento para reivindicar que lo urgente no desplace a lo importante. Que las necesidades del mercado laboral, los informes PISA, la fragmentación competencial, la incompetencia de los responsables o la indolencia social, no nos distraigan del objetivo principal, el de formar seres humanos. Cuántas cosas cambiarían nuestro mundo si al menos procurásemos una buena educación.

* Abogado y mediador