La mayoría de españoles tenemos vacías las dos carteras: la de los euros y la de las expectativas de estabilidad en nuestras vidas, consideradas como pequeñas unidades insertas en la sociedad; perdidas, digo, no las esperanzas de mejora sino las expectativas de no empeorar. Es decir, estamos tristes y desesperanzados.

Dentro de esta general oscuridad hay unos que lo tienen peor: los que viven para su billetera, para todo lo que tiene precio en el mercado, que para ellos sí es soberano. Viven solo para eso. Deben tener las pesadillas de los avaros de los cuentos. Me temo que estos materialistas --legiones y legiones-- no verán emerger brotes verdes en sus carteras negras. Sí aliviarán sus penas y carencias, e incluso pueden llegar a ser felices, al menos a ratos y por momentos, los que no tienen al euro por ídolo, y gozan de un espíritu, cultivado o no, pero sí sensible y curioso.

Los cordobeses sensibles y curiosos hemos tenido recientemente dos ocasiones de felicidad: mi empatía con el pintor, compañero académico, Emilio Serrano, ha poco fallecido, nos hacía entendernos fácilmente e ignorar, como si toreásemos a alimón, las maniobras mezquinas y catetas, inevitables en todo grupo, sea de la categoría que sea. Llevamos a nuestra Real Academia a gente tan valiosa como el gran pintor y catedrático en la Facultad de Bellas Artes de Madrid José Sánchez Carralero, al que cito aquí porque firma uno de los trabajos del catálogo a que luego me referiré. Me resultaron imposibles varias ocasiones en que hacer públicas mi admiración y simpatía por el pintor fallecido, tales como la sesión necrológica de la Academia o la visita guiada por Angel Aroca a la magnífica exposición de la obra del artista recientemente clausurada en la Diputación. Pero sí pude recorrerla en soledad, sintiendo crecer en mi alma un brote verde que salía por los ventanales. ¡Qué desdoblamientos de imágenes en el tiempo y en el espacio! ¡Qué telas, frutos y flores tan sutilmente exactos y bellos! ¡Cuántas niñas de desgracia tan alargada como sus flacas piernas! ¡Cuánto grafito indeleble que fue trazado sin posibilidad de corrección! ¡Cuánta belleza y cuánta realidad!

Siempre finura y delicadeza, incluso en lo más duro. Y constantemente Córdoba en el fondo o en el horizonte. Es natural que pintara a su ciudad amorosamente quien prefirió ser profesor en Córdoba a serlo en Madrid, con renuncia de plaza ganada. Y por todas partes un caballito de cartón, como los de nuestros juegos de niños de hace una eternidad. Caballito incluido en muchos cuadros y mostrado al natural en varios pedestales. No nos compliquemos la vida indagando en este capricho de autor, que en cualquier caso provoca ternura.

Todo el que lamentablemente haya perdido la ocasión única de la exposición admirable, pues tras ella las obras se dispersarán volviendo a sus orígenes, tiene el recurso de buscar y adquirir el buen catálogo editado por la Diputación, pues ya sabemos que un buen catálogo es a una exposición casi como un cederrón a un concierto. No es lo mismo, pero sí, un buen consuelo y un valioso recuerdo.

Y este apunte musical me lleva a otro brote verde, con el que hemos disfrutado no hace mucho quienes rendimos culto al arte --cofradía en la que puede ingresar cualquiera en todo momento--: el concierto de la orquesta Joven Filarmonía Leo Brouwer que dirige Ciro Perelló, y que está formada por jóvenes estudiantes, algunos de doce años y ya un poco maestros. A veces noventa músicos en el escenario, con resultados muy próximos a los de las buenas orquestas de adultos. Seguro que han sido denodados los esfuerzos para lograrlos. ¡Qué maravilla! Una magnífica ventana al futuro musical de Córdoba.

Claro es que la formación recibe frecuentemente la aportación de músicos de primer orden, de nuestra orquesta sinfónica o del Conservatorio, que unas veces actúan incrustados entre los jóvenes para apoyar (en esta ocasión el trombón de Rafa Martínez dio rotundidad a Khachaturian, y una buena viola puso suavidad en lo más suave, por ejemplo) y otras actúan como solistas. Esta vez una de lujo: la percusionista, solista de nuestra orquesta, Cristina Lloréns, en la interpretación del Concierto para vibráfono y orquesta de Ney Rosauro. De ella en esta actuación ha escrito acertadamente en este diario, al hacer la crónica del concierto, Manuel Pedregosa: que su interpretación brillante, fluida y plena de matices, tuvo alternativa y oportunamente delicadeza y firmeza "y siempre con una dulce y contagiosa expresión de deleite en su rostro". Y resulta que esta mujer es la esposa de Ciro, el director de la orquesta, y madre del niño luego timbalista en el mismo concierto.

No creo que me ciegue mi amistad con el pintor fallecido y con las dos orquestas muy vivas --la sinfónica titular y la joven-- al afirmar, como afirmo, que brotes verdes como éstos ayudan a que seamos provisionalmente felices, a que nazcan brotes verdes de lo negro.

* Abogado y escritor