Estamos acostumbrados en el marco de la Unión Europea a ver cómo se alargan de manera interminable las negociaciones. Los roadmaps, benchmarks y ampliaciones de plazos y moratorias forman ya parte de la leyenda negociadora de la UE, se inventaron para mantener el suspense y amenazar con el precipicio. La tarde del miércoles estuvo plagada de estos juegos performativos y de dobles sentidos. Desde el «todavía hay tiempo» de Juncker, hasta el «hay que prepararse para lo peor» de Tusk, las respuestas iban desde la indefinición y las continuas referencias al negociador Barnier, sobre el que recae el peso de la contienda de este lado del Canal. Una vez más, esta no fue la reunión definitiva.

En realidad, seguimos igual que en Salzburgo. El culebrón del brexit continua, eso sí, con paso firme y mirando en el horizonte a la cumbre definitiva, o no, que tendrá lugar en diciembre y observará de reojo y con temor al 29 de marzo.

Cada vez hay menos tiempo para que Londres decida qué quiere. Mantener estrechos vínculos económicos con la UE o priorizar su soberanía y sus fronteras. El eje económico o el eje identitario, la aplicación de las normas de la UE y su jurisprudencia o el cierre hermético de sus fronteras, representado en la «cuestión irlandesa del backstop».

Si la vía es el eje identitario y el brexit duro, contará con el apoyo de los breexiters más duros y la economía británica será fuertemente golpeada. Si, por el contrario, la elección es el eje económico y el brexit blando, el Reino Unido se incorporaría la unión aduanera, sin controles migratorios y sin posibilidad de participar en los acuerdos comerciales de la UE con terceros.

En cualquiera de los dos casos, la carrera política de May pende de un hilo. Bien será acusada de traidora por el ala dura de los tories al mantener a la bella Albión presa de Europa; bien perderá el apoyo de los unionistas que la sostienen en el poder. De momento, Theresa May, mientras busca la solución a este sudoku, del que depende su supervivencia política, prefiere dilatar los tiempos y pedir la comprensión de los Veintisiete. Sabe que el modelo de acuerdo comercial definitivo al que se llegue no se negociará hasta después del brexit, y puede durar años.

Por su lado, los Veintisiete están dispuestos a aceptar una moratoria del calendario. El impacto económico que tendría un brexit duro en países como Países Bajos, Alemania o la República Checa es lo suficientemente importante como para evitar a toda costa ese escenario. Pero quizá sea más determinante el interés por parte de la institucionalidad europea de no aparecer ante la ciudadanía con un brexit sin acuerdo.

En un momento de profunda crisis política, del incremento del euroescepticismo y de los repliegues nacionalistas, con el ascenso de las fuerzas políticas de la extrema derecha y en un año electoral, un fracaso en las negociaciones del brexitsería la puntilla para una maltrecha Unión Europea. Estamos, por tanto, abocados al «brexiternity».

* Profesora de Ciencia Política en la UCM e investigadora sénior en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI)