Martin Hammond, director de Eaton, termina una carta de 10 de abril de 1992 a Stanley Johnson, sobre su hijo Boris, así: «Creo que verdaderamente piensa que es grosero por nuestra parte no considerarlo como una excepción, alguien que debería estar libre de la red de obligaciones que ata a todos los demás». Parece ser que Johnson podrá seguir creando un Estado a su imagen y semejanza.

Para mí el brexit es algo personal. Hay cosas que pienso en inglés, porque las aprendí en ese idioma. Es británica la gente más elegante, sensible y educada que conozco: cuando murió mi padre, me llegó una carta de mis maestras Rachel y Jenny -que realmente es irlandesa- con el pésame más cariñoso y amable que he vuelto a ver. Qué cultura. Qué literatura. Amis, Barnes, McEwan, Zadie Smith. Ishiguro, que es sobrenatural y sobre el que me dijo Juanjo, cuando ganó el Nobel: «Ya sabes lo que siento yo cuando el Madrid gana la Champions». Tom Gauld, los Monty Python, Austen, las Bronte, Tolkien, el National Trust, el zigzag escocés de lagos, castillos y pueblos, los cementerios de tumbas cavadas en la hierba. Alan Moore.

Si el pueblo británico puede sucumbir a la estafa de un fantoche, todos podemos sucumbir. Sin excepción. No nos espera una era de ser inspirados por los gobernantes. Nos espera una de resistirlos, de aguantar juntos la respiración. Cuando llega al poder un indeseable, nos contagia. Se abre la veda. Johnson insulta a los africanos y nacen miles de setas racistas. El 30% de los alimentos que se consumen en el Reino Unido provienen de la Unión, pero no le importa «amenazar» con gravarlos. La mentira se ha creído porque es lo más fácil de creer. «Pondré aranceles, pero ellos no a mis exportaciones» (que dan trabajo a más de tres millones de británicos). «Los inmigrantes no deberán ser una carga» (desconociendo el art. 7.b de la directiva 2004/38/CE, que ya regula la cuestión mejor de lo que prometen). «Invertiré en zonas deprimidas» (que han apoyado el brexit porque nadie les hacía ni caso, y ahora no hay dinero de la Unión para invertir en ellas).

Los instigadores del brexit, aristócratas o snobs de la más infecta casta, han confundido la soberanía estatal con su privilegio personal. Estamos encumbrando líderes que no llegan a serlo por encarnar el ideal de cada nación, sino que desean el poder para seguir evadiéndose de la igualdad.

Ciudadano a ciudadano, hay una mayoría británica europeísta. Esta astracanada ha explotado cada defecto del sistema electoral. Van a tener que demostrar constantemente los británicos que son mejores que sus gobernantes, tarea a la que deberíamos ir aplicándonos los demás.

El brexit es la cabeza de la razón en una pica, una advertencia: no hay fruto de la civilización que no se pudra si se desatiende. Debe comenzar un tiempo de generosidad, no de revanchismo. Debemos dejar de entender la democracia como un enfrentamiento periódico entre facciones, y abrazarla como rendición de cuentas, a todos, del poder.

* Abogado