Hoy tocaría hablar del padre Ábalos, de cómo se encontró fortuitamente con Delcy Rodríguez, vicepresidenta de Maduro, en un avión, de madrugada, o de cómo abronca a los periodistas por hacer su trabajo y preguntarle. Podríamos comentar que Rodríguez tiene prohibida la entrada a la Unión Europea por vulneración de los Derechos Humanos, y que solo un azar maravilloso hizo posible su encuentro con Ábalos, mientras Sánchez se niega a recibir a Juan Guaidó. O podríamos hablar de Zapatero, ese Platón de la teoría política, que abrió el melón brutal de Cataluña comprometiéndose a apoyar cualquier Estatuto, sin haberlo leído, y ahora acompaña a Nicolás Maduro en su camino hacia el Nobel de la Paz, imagino que por un buen puñado de dólares. Zapatero, que critica a Felipe González por decir la verdad. En fin, es sábado y podríamos hablar de todo esto, pero tengo mucho cariño a mis lectoras -y lectores- y prefiero a hablar de Brad Pitt, que es más guapo y además cae mejor. Fue genial su discurso -mucho más genial que cualquier cosa que pueda decir Ábalos- mirando su estatuilla en los SAG Awards: «Tengo que añadir esto a mi perfil de Tinder», comenzando a reírse de sí mismo, de su soledad como soltero de oro. «Gracias a mis hermanos y hermanas». Así habla a sus compañeros de mundo y convicción: hermanos y hermanas. Pero luego cargó contra sí mismo en Érase una vez en Hollywood: «Seamos honestos, era un papel difícil, el de un tipo que se droga, se quita la camiseta y no se lleva bien con su mujer». Y las carcajadas llegan hasta aquí. Luego dijo que ellos, los cineastas, conocen el dolor, con algo de gracia y de sabiduría, para llevarlo a la pantalla. Porque todos tenemos momentos de ridiculez, pero merece la pena. «Gracias por esto, mi amor y respeto. Disfrutad de la noche porque mañana hay que volver al trabajo». Volvamos al trabajo de la resistencia, que esta mediocridad no pueda robarnos la alegría. Por eso estoy con Brad, al oeste de Hollywood.

* Escritor