Las empatías van por barrio, y no hay nada más tontuno que intentar contentar a todo el mundo. No obstante, hay tendencias generales que suelen contar con un consenso general. Así, sin desprenderse de sus sombras, el tiempo en el que este planeta vio con mejores ojos a los Estados Unidos de América bien podría tener una datación: entre el 6 de junio de 1944 y el 21 de julio de 1969. La primera fecha nunca se desprenderá de su impronta sacrificial, pues morir en las playas de Normandía supuso quebrar el destino del mundo. La segunda fue el colofón de la carrera espacial, pero el gran acierto de los estadounidenses fue vender a la Ciudad y al Mundo que esa hazaña pertenecía a la Humanidad. Desde ese momento cumbre del Apolo X, y junto a la lírica aportación de Cyrano y Edmond Rostand, la Luna también era mía.

Es la generosidad de miras la que mitifica esa pisada de Armstrong, más aún si se mira con la tecnología actual. Desde el punto de vista del soporte informático, aquellas astronaves eran auténticos galeones, lo que prima aún más el ingenio humano. La magnificencia es una de las claves del triunfo que, ya sabemos, luego se malogró. Casi a renglón seguido llegó la victoria del Vietcong, y la eclosión de nuestros hijoputas particulares, con Pinochet como alumno aventajado del maquiavelismo de Kissinger.

Cuidado, pues, porque está visto que el electorado exculpa antes la corruptela que la soberbia. Y no es que le falte razón a la vicepresidenta Calvo, pues en la larga marcha del feminismo ha sido protagónico el papel de la izquierda. Es comprensible ese sentimiento de cristiano viejo que puede tener un sector de la progresía cuando se generaliza, más que se conceptualiza, la lucha de género. Aunque también es honesto apuntar un pequeño matiz: la universalización del voto femenino se ralentizó en este país por un tacticismo de cierto sector de la izquierda, temerosos en la II República de la larga prédica de los púlpitos, y que los confesionarios fuesen las auténticas cabinas donde se decidía el voto.

Fuera de ese borrón, es indiscutible el ápice de los movimientos vanguardistas en la liberación de la mujer. Lo que ha sobrado, señora Calvo, ha sido toda esa declaración de intenciones concentrada en un calificativo: Bonita. Y no creo que sea casual su elección: un aguijonazo antitético que llega bien a su destinatario (destinataria, mejor). Bonita te sirve para porfiar en el mercado, o en el puesto de trabajo para desafiar como un áspid a tu oponente, aunque te adornes con bellas palabras. Y aquí sí que aprecio la diferencia de géneros: mucho menos peligroso es que un tío le diga a otro «eres un cabrón».

No están los tiempos para que una representante del Gobierno despliegue muchos bonitas. Hay mucha corresponsabilidad en este sindiós. Pilatos se lavó las manos y por los siglos de los siglos el orbe cristiano le increpara esta tibieza. Sin embargo, Iglesias endosa a las bases la escritura de compraventa de su vivienda, y ahora la participación en el Gobierno, y a eso se le llama movimiento asambleario. La derecha está jugando con fuego, pero es a Sánchez a quien le incumbe la formación del Ejecutivo, sin dilaciones ni movimientos especulativos que ya están afectando al propio funcionamiento de la nación. Pau Donés dijo que todo le parece bonito. Que Dios nos pille confesados si hubiese sido bonita.

* Abogado