Tiendas abiertas, bares y terrazas con creciente animación y calles concurridas, ese es el panorama que va ofreciendo la ciudad y al que se le va dando una vuelta más de intensidad a cada día que pasa. ¿Acaso hay ya un remedio para la covid-19 y no me he enterado? Pues parece ser que no, pero ahora el silbato toca a desescalada, fases, retorno progresivo a la actividad, consumir (el que pueda) para intentar detener la caída libre del PIB,... y en eso nos estamos afanando. Aunque vayan aflorando cada vez más las secuelas del padecimiento físico, económico y emocional acumulado tras meses de enfrentarnos al riesgo de enfermedad y acatar la imposición de restricciones. Aunque sanitariamente no tengamos un remedio efectivo a la vista, ni un plazo fiable para su obtención. Aunque aún no sepamos quién está contagiado y quién no. Aunque todavía por encima de todo reine la incertidumbre, da igual, ahora se nos conmina a continuar manteniendo el pulso de la vida driblando como podamos a la enfermedad hasta que llegue el anuncio del remedio milagroso, y eso vamos a hacer, no les quepa la menor duda. Exactamente igual que cuando a pesar de las alarmantes noticias que llegaban del extranjero nos dijeron que aquí no iba a pasar nada y ahí estábamos para creerlo sin querer saber más del tema. O cuando al día siguiente nos dijeron que sí, que sí iba a pasar pero leve y lo volvimos a creer sin poner pega alguna. O cuando al poco tiempo subieron el listón y nos dijeron que nos confinásemos porque ‘de pronto’ era imprescindible para frenar el avance de la ‘ahora ya sí’ terrible pandemia, y nos confinamos, y así nos quedamos haciendo palmas mientras se nos ordenó. Puede parecer que carecemos absolutamente de criterio propio, pero hasta los acatadores más disciplinados maduran. No creo que ya puedan quedar muchos de aquellos ingenuos de primeros de marzo cuando, sumidos en un colectivo estado de desconcierto e incredulidad, éramos incapaces de vislumbrar y asimilar la magnitud de la tragedia que se avecinaba. En el largo día a día de estos últimos meses la novedad se fue tornando en rutina, los temores en cifras dramáticas de realidad, y lo desconocido fue adquiriendo una fea forma que sigue aumentando su tamaño. Se podría decir que ¡por fin! estamos tomando conciencia de lo que nos está pasando. Así es, se podría decir tal cosa si no fuese porque parece que todo se olvida cada vez que ponemos un pie en la calle. No lo entiendo. ¿Por qué hay gente de todas las edades que siguen sin usar mascarilla, o le atribuyen poderes mágicos llevándola en la mano, colgando de una oreja, o debajo de la nariz? ¿Por qué en la acera da la sensación de que se magnetizan unos con otros dificultando al resto de transeúntes la distancia social recomendada? ¿Por qué creen que las terrazas de los bares son burbujas herméticas en las que ya no hay que tener precaución alguna? No creo que pueda haber una mejor prevención para todos que la que surja del sentido común y la responsabilidad individual con la utilización de estos nuevos conocimientos sobre mascarillas, guantes, hidrogeles, pautas de higiene y conductas preventivas que hemos incorporado a nuestro saber. La experiencia de haber padecido en carne propia que de un día para otro el cielo se puede caer sobre nuestras cabezas, descubrir que lo que dábamos por cierto e inamovible se esfuma y que el orden de importancia en nuestra escala de valores puede invertir en un instante, nos debería haber formado una actitud bastante más autocrítica y responsable sobre todo aquello que pueda afectar a nuestras vidas y entorno. Cualquiera se puede infectar y transmitir la enfermedad, eso es así, pero las consecuencias a su contagio es bien distinta de unos grupos de edad a otros. Da igual que nos digan que ya se puede hacer esto o lo otro, no son licencias absolutas, es labor de cada cual sopesar sus límites. Aunque esté permitido tomar una curva a 60 km/h habrá vehículos que se estrellen si no la toman más despacio, pues sigan ese ejemplo. Hay que combatir la pandemia y hay que mantener a flote la economía, no cabe duda, pero no se lo tomen como si con una navaja en el pecho les estuvieran exigiendo la bolsa o la vida.

* Antropólogo