Muchos de los jóvenes de ahora se casan con una fórmula de boda que ellos mismos han inventado. Y que es tan valiente como insoñable hace unos años, aunque ya se hubiera muerto Franco y el nacionalcatolicismo estuviera perdiendo fuerza. Hablamos de bodas civiles, esas que celebran a pesar de que la suegra sea excesivamente beata y los pueda desheredar. El lugar del festejo acude a aquellos espacios que en nuestra infancia eran casi malditos porque a ellos acudían, a la fuerza, nuestros padres por los inviernos para juntar algo de dinero para mantener a sus hijos recogiendo aceitunas. Eran los cortijos, que por las noches se encendían con candelas donde se cocía la comida y que antes de que los trabajadores se fuesen a dormir a sus jergones pegados al suelo se convertían en una especie de pista de baile donde los aceituneros trataban de divertirse o echarse novia. El escenario, rescatado de aquella España de postguerra y de la familia de Pascual Duarte, se convierte, ahora, en un espacio para disfrutar comiendo y bailando como en aquellas largas noches de la aceituna. Y además, ya redimido con las pláticas laicas de estas bodas civiles, que en esto sí se han pasado. En bastantes bodas religiosas, cuando llega el sermón, muchos invitados se salen de la iglesia y se van al bar de al lado. En las inventadas bodas de los jóvenes es imposible porque hasta te pueden invitar a que les eches una «homilía», como se lo dicen a muchos amigos que, evidentemente, no se pueden negar. Digan lo que digan siempre será más entrañable que las palabras del cura. Y también más largo con tanta prédica amistosa. Claro que los amigos saben que sus palabras quizá sean la auténtica novedad de la boda ya que los novios llevan conviviendo años y del matrimonio casi lo tienen todo aprendido. Hasta el tener hijos. Un pecado en nuestro tiempo, cuando el embarazo de una mujer soltera era un escándalo que la podía llevar a la desgracia o al casamiento de negro y de madrugada... si el hombre no había huido. Debe ser porque han empezado su amor por donde han querido. Eso sí, la fiesta se completa como en las bodas clásicas: con regalos o un sobre con billetes.