Cabe intuir -imposible saberlo a ciencia cierta- que hasta la crema y nata de nuestra sociedad ha reducido su ritmo festivo, lo que tiene sus inconvenientes para la industria de la moda en particular y del lujo en general. La vida social se ha recortado al máximo, incluso en esas reuniones en maravillosos complejos inaccesibles para bolsillos proletarios y viviendas rodeadas de altos muros que, aunque tengan su gimnasio y piscina cubierta, no han renunciado a los tradicionales salones de música para reunir a los amigos. Antes de correr el riesgo de instalarme en una novela de Agata Christie y llegar al punto final sin haber dicho lo que quería, voy al tema: que igual que se han vendido menos túnicas de Semana Santa y menos trajes de flamenca, los vestidos y ajuares de fiesta han sido también víctimas de la pandemia y sus confinamientos, y las grandes casas de moda, además de pasarse al diseño de sofisticadas mascarillas, buscan salidas para vender sus productos con otro enfoque. Leo un despacho de Efe explicando que la casa Dior ha creado una línea de moda para estar en casa, con preciosos y cómodos conjuntos que te permiten estar ideal en tu propio domicilio. Digo yo que eso levanta el ánimo. Aunque pensaba que en las grandes mansiones la gente se vestía con formalidad desde por la mañana, una vez terminado el ejercicio físico y el paseo a caballo (eso me pasa por haber visto Falcon Crest en mi juventud), parece que a los ricos también les gusta ir en camiseta. La de Dior me parece una idea fabulosa, así que corro a meterme en su web a ver cómo son las ‘boatiné’ de alta costura. Allí descubro la colección ‘Chez moi’, sus colores, sus brillos y la composición de sus tejidos, un bello catálogo de conjuntos y accesorios «diseñados por Maria Grazia Chiuri durante el periodo de confinamiento».

Vaya por delante que soy defensora de estar vestida en casa, y que decreté el destierro de cualquier tentación de confinamiento en pijama, el colmo de la dejadez. Pero, claro, para todo hay escalas, y, desde luego, no me veo barriendo el cuarto de estar con las chinelas de terciopelo (’mule’ en la sofisticada web) de 690 euros ni tendiendo la ropa con el Poncho Zodiac de 1.190. La chaqueta Bar de punto a rayas me parece muy ponible, pero cuesta 2.900 euritos de nada, y el precioso pijama de seda estampado se nos va a los 2.650. Una galaxia muy, muy lejana, vaya. Pero, como recuerdo haber buscado por internet, durante los meses de encierro, prendas cómodas y bonitas para estar en casa «arreglá pero informal» (aunque sin chandal ni tacones, lo siento, Martirio), suelto aquí la idea, por si alguna diseñadora cercana la lleva a un terreno más asequible.