Autoproclamada la izquierda como propietaria de la vara, la criba y la balanza con que mide, selecciona y pesa el grado de pureza democrática universal, solo a ella le cabe otorgar legitimidades a conciencias, personas y partidos que no sean de la izquierda. Según su «imparcial» arbitrio y parecer, ella es quien identifica a los enemigos de la democracia en torno a quien hay que extender cordones sanitarios que nos librarán de la amenaza del demonio fascista; una vieja y rentable cantinela que ahora además utiliza para acusar de blanqueadores del fascismo a quienes pacten con Vox para desplazar a la izquierda del poder. Pero amparándose en tan interesado alarmismo, a la misma vez que estigmatizan al partido que cuenta entre sus fundadores a tipos tan peligrosos como Ortega Lara, son capaces de apoyarse y pactar con grupos de limpieza tan «ejemplar» como los herederos del terrorismo etarra y esos que están siendo juzgados por saltarse la ley para quedarse con un trozo de España. Aunque todo se comprende mejor cuando se estudia la historia de España y el pasado de aquel Frente Popular que, curiosamente, también invocaba al mismo demonio para justificar sus crímenes y atrocidades.