Creo que el estado de cabreo general en la política actual, tanto en España como en niveles más cercanos y que incluso está reflejándose en los ciudadanos, ha llegado a un extremo que precisa de un estudio científico profundo. Y si hay que crear una ciencia para ello, pues se inventa y en paz. Así, un servidor propone instituir la Biopolítica, que uniría Bioquímica, Medicina y Política «al peso» y empezar a analizar elementos que nos están llevando a veces al desatino.

El primero de ellos sería la salvadorina, que podría definirse como una proteína sencilla (muy básica, como el mecanismo de un chupete) que se encuentra en la sangre de toda formación política y también en cada individuo, una molécula que se caracteriza por propiciar el deseo de salvar a todo el mundo, le guste o no, siguiendo los ideales propios.

En principio la salvadorina en sí misma no es mala. Es esencial para el buen metabolismo de la sociedad porque supone que uno quiere dar a todos lo que considera que es bueno para él mismo. Un ideal noble que le lleva a participar en la política con ese fin. El problema es cuando los niveles de salvadorina en sangre se disparan, en ocasiones llegando a provocar el «Síndrome de Hartitos», patología cuya denominación deriva de la frase popular: «¡Qué hartito me tienes!» En tales casos, que se producen en todo el arco político aunque sean más frecuentes en los extremos del mismo y tienen una infinita forma de manifestarse, el paciente sufre deseos irrefrenables de salvar a la patria le guste o no a quien vaya a ser salvado, de salvar a la clase obrera aunque el obrero piense distinto, de salvar al consumidor de un producto sin respetar su libertad a consumir... De salvar a todo el mundo sin que le importe un pimiento la persona que salva. Y si no lo quiere... de eliminarlo, figuradamente o sin figura que valga. A nivel individual, este síndrome puede manifestarse en intentar salvar a todo bicho que se menee cerca del alcohol, otros malos hábitos o relaciones no «recomendables», por poner unos ejemplos, y derivar en sus formas más virulentas en maltrato, tanto respecto a la familia como con la pareja, amigos...

Volviendo a la política de estos momentos, y más con la proliferación de raros gurús en redes sociales, hay demasiados salvadores de gente que no se quiere salvar, habiendo alcanzado la patología la categoría de epidemia. A la formación política o al individuo aquejado por un alto nivel de salvadorina, caracterizado además por presentar una alta intolerancia (a todo), se le suele recomendar en un primer momento su aislamiento solo como medida preventiva para pasar inmediatamente a fuertes lecturas, particularmente de clásicos cómicos con altas dosis de humor e inteligencia, y a terapias de diálogo para que el paciente se dé cuenta de que cada uno es cada cual y es hijo de su padre y de su madre. Y que ello no es malo.

* Periodista