Ayer recibió en el correo un anuncio de Alsa. Lo consideró una señal, así que se metió en la página web, tecleó el nombre de su ciudad, el de Baena, por poner un destino, y le dio a buscar. Según la aplicación, el lunes 25 ya podría viajar, desde 9,57 euros. En 90 minutos, le aseguraban, cubriría el trayecto. Necesito saber si esto es posible. De repente, tengo hormiguitas en la barriga. Horas después, el insensible ministro de Sanidad les comunica que no podrán verse.

Patalean un poco, como dos adolescentes que son, y se quedan un rato callados. Que sí, que soy paciente, pero a veces se me hace eterno el momento de verte. Sus padres han empezado a sospechar algo. ¿Y esas ganas de estar en fase tres? ¿Qué estás inventando ya? Hay días que son viscerales y otros que solo quieren mirarse a los ojos. ¡Hora y media, tío! ¡Hora y media! Eso es nada. Se puede contar en canciones. Menos de una peli. Una media maratón.

Viendo que sus ciudades nunca van a ir de la mano, se inventan juegos. Imaginan llegar hasta el límite de sus provincias, donde los carteles verdes anuncian el final de una y el inicio de otra, y en ese punto exacto, en el arcén de una carretera autonómica abrasada por el sol, se quedarán mirándose, comprobarán el color de sus ojos y la profundidad de sus miradas, y el reto habrá comenzado. Muchas tardes, cada uno en su salón, lo único que piden es mirarse; no sexo, no palabras, solo mirarse. A los dos les gusta mantenerla e incluso intimidar al que tienen enfrente. Así que ahí, en pleno campo andaluz, a la hora de la siesta, elucubran quién aguantaría más y si serían capaces de contenerse, de no cruzar la línea fronteriza imaginaria, de darse la vuelta y volver a sus ciudades sin un solo roce, hasta que besarse no sea un delito.