Durante mucho tiempo, centenares de miles de españoles pasaban la sobremesa estival amodorrados frente al televisor contemplando en alegre duermevela las hazañas ciclistas de Perico Delgado, Miguel Induráin o Alberto Contador. Este año, por causa de la pandemia, no ha habido pistoletazo de salida para el Tour de Francia, y quien quiera ver una prueba ciclista debe asomarse a la avenida del Brillante de nuestra capital.

Desde el alba hasta el ocaso, la principal vía de acceso al norte de la ciudad se ha convertido en la senda por la que innumerables paisanos -sudorosos y ávidos por alcanzar la cima y un infarto de miocardio- se suben a la bicicleta para protagonizar su particular ascensión a la cumbre que, viendo la cara de alguno, más parece la subida al Calvario. En solitario, por parejas o formando un simpático pelotón que ocupa el ancho de la calzada, jóvenes embutidos en maillots fosforescentes -y otros que hace décadas que dejaron de serlo- pedalean de forma zigzagueante por una cuesta que ni la de enero, mientras que decenas de automovilistas, conformando una no siempre paciente caravana, reniegan de Eddy Merckx, Jacques Anquetil y la madre que los parió. Además de las insoportables temperaturas que nos está regalando este verano, el evidente riesgo que supone circular por una carretera con tan alta densidad de tráfico quizá fuera motivo suficiente para buscar otras rutas alternativas, pero también es cierto que cada uno se suicida como quiere. Hay quien se pregunta el porqué de la mayoritaria elección de esta concurrida y empinada carretera; quizá tenga que ver el hecho de que al llegar a la cima les espera el Hospital de Los Morales.

Hasta los éxitos de nuestros compatriotas en la ronda ciclista francesa, lo más cerca que el españolito de a pie estaba en verano de una bicicleta era viendo en la pequeña pantalla a Tito, Desita y Piraña, pero ahora el fervor velocípedo todo lo alcanza. Junto a los de mascarillas, los fabricantes de bicicletas han dado sentido al eslogan gubernamental "salimos más fuertes". Tras la boda de mi prima Isabelita, una sed excesiva y un fuerte dolor de cabeza me delataron, y tuve que reconocer en el desayuno que la noche anterior me había cogido un pedal. "¿Cuántos kilómetros hiciste?" me preguntó el cretino que se sentaba a mi izquierda.

No tengo nada en contra de esta invasión ciclista, quizá porque en esta ciudad hay sitio para todos. A los más intransigentes les diré que he descubierto un lugar desconocido aún para los aficionados al ciclismo, y en el que las bicicletas brillan por su ausencia. Se llama carril-bici.

* Abogado