A las 22.54 del miércoles habían pasado 640 bicicletas por el carril-bici de Vallellano. Moverse por la ciudad en bicicleta o andando y, en todo caso, utilizar el transporte público por alguna necesidad puntual son algunos de los acontecimientos plausibles que va adquiriendo esta sociedad atada a un teléfono móvil, a esos bares de jóvenes con cerveza más tapa de engordar y a la moda de llamar gastronomía a lo que siempre ha sido hacer de comer, o ecológicos a los huevos de toda la vida y a los rábanos y lechugas de siempre, como si alguna vez estos alimentos hubiesen ido en contra del medio ambiente. Algo, desde luego, debe estar ocurriendo para que el reciente presidente de la Comunidad de Madrid sea un ladrón con los ciudadanos, que el hasta hace poco honorable president de Cataluña haya dedicado parte de su tiempo a las perversas cuentas económicas de su familia, o que Rato, que estuvo en las alturas y de vicepresidente del Gobierno, esté demostrando en los tribunales que no merecía confianza. Puede que uno empiece a pensar, sin querer, que hay mucha humanidad corrupta y que el mundo lo manejan, de mala manera, aquellos que tienen probabilidades de hacerlo. Como, por ejemplo, aquellos que saben inmatricular --cambiar de dueños, más o menos-- bienes públicos. Dice el catedrático de Derecho Civil, José Manuel González Porras, autor del libro La propiedad de la iglesia de la Merced, que este templo es de la Diputación porque el presidente de la Corporación Provincial, Antonio Cruz Conde, ordenó en 1964 la inmatriculación de todo el edificio en el Registro de la Propiedad, incluida la iglesia. Pero el profesor añade que «no debió de inmatricularse porque la iglesia nunca fue de la Administración del Estado». En eso anda ahora la Mezquita, después de que alguien la pusiera, por una módica cantidad, a nombre privado de una confesionalidad religiosa; vamos, que en la Mezquita manda más el sagrado colegio cardenalicio romano --compuesto de honorables personalidades no cordobesas-- que la alcaldesa de Córdoba, lo que no entra dentro de la lógica. Por todas estas alteraciones de la normalidad por credos excluyentes, sean políticos o religiosos, que varían el normal funcionamiento de la buena voluntad, quizá lo mejor sea montarse en una bicicleta, pasar por el carril-bici de Vallellano y sentir esa placidez de cuando no había smartphones: caminar por la calle mirando la vida, sentarte en la terraza de un bar a leer el periódico, hacerle un hueco a la mirada de tu pareja y a su conversación y quitarte de encima inútiles obligaciones que te habías creado, como visualizar mil chistes diarios. Y eso que solo he estado dos días sin móvil.