Ayer estuve a un tris de ser atropellado por un ciclista que parecía ir esprintando por la acera. Al volver una esquina, tuve la suerte de verlo llegar y me dio tiempo, lo justo, para esquivarlo; él siguió a toda pastilla como si nada, libre por su acera, a pesar del flamante carril bici que acaban de construirle.

Lejos quedaron aquellos días en que los ciclistas se aventuraban entre los coches y eran presa de la poca gentileza y consideración de los conductores. Poco a poco, aquella presión se ha ido trasladando desde los ciclistas urbanos a los peatones. Irónicamente, cuanto más avanzan las ciudades en sus políticas contra la circulación de los coches y en defensa de un ritmo de vida más lento de los ciudadanos de a pie, más crece también otro fenómeno reactivo y contradictorio: el aumento de la confianza, el dominio y la velocidad en la conducción de bicicletas y patinetes, cada vez más electrificados y rápidos en detrimento de la seguridad y la tranquilidad de los peatones.

Parece como si fuera inevitable tener que moverse deprisa y llegar antes a nuestro destino. Hay algo perverso en esto de poner un motor a una bicicleta o a un patinete. Parece más una estrategia para poder saltarse la prohibición de los ciclomotores. Hoy por hoy la realidad es esta: un patinete eléctrico con aspecto de motocicleta, ocupado por dos personas sin casco, espera a mi lado para cruzar un paso de cebra. ¿No tenemos remedio?

La sensación de inseguridad está creciendo ente los peatones. Ya conocemos de varios casos de accidentes graves. Y a pesar de que las normas generales de circulación y uso de las vías están claras, no lo está tanto la aplicación de estas normas. Da la impresión de que el tema se está dejando que evolucione espontáneamente, esperando tal vez que ocurran sucesos más graves que obliguen a actuar.

Lo cierto es que ahora mismo hay una enorme confusión entre los ciudadanos. Muchos ayuntamientos han aprobado ordenanzas específicas de circulación que van en contra de la ley. Hay ayuntamientos, por ejemplo, que permiten la circulación de bicicletas por la acera, aunque también es cierto que se están produciendo sentencias judiciales en contra de esas normas municipales. Una sentencia del Tribunal Supremo aclara que si en una acera (espacio de uso exclusivo de los peatones) se señaliza y delimita un carril para la circulación de bicicletas, ésta deja de estar reservada en exclusiva a la circulación de peatones, y se convierte en una zona de uso compartido. Pero si ese carril-bici no está señalizado expresamente, por la acera solo pueden circular peatones. La ley parece clara en este aspecto. También está claro que, en un paso para peatones señalizado como tal, el ciclista no puede cruzarlo de manera transversal; si quiere cruzar a la acera de enfrente tendrá que bajar de la bicicleta y llevarla a pie para convertirse en peatón. La Ordenanza municipal de Tráfico, Circulación de Vehículos a Motor y Seguridad Vial de Córdoba dice en su artículo 10, en relación con la circulación por zonas peatonales y ajardinadas: queda prohibida, salvo en los supuestos tasados previstos en esta ordenanza, la circulación de vehículos por zonas peatonales y ajardinadas.

Cuestión aparte es la complicación añadida que supone la definición de vehículo, y de vehículo a motor. La motorización de las bicis y patinetes, con el consiguiente aumento de la velocidad y el riesgo, hace más necesario la aplicación del Reglamento General de Circulación y el desarrollo de normas municipales que se ajusten a esta ley.

La vida en armonía y sostenible debería estar incluso por encima de la movilidad sostenible en las ciudades. No deberíamos ceder a ese instinto de intentar llegar cuanto antes a todas partes. Si seguimos esta estúpida carrera de competencia por el uso del espacio público, acabaremos los peatones enfundados en exoesqueletos para correr más rápido que los patinetes eléctricos. Yo abogo por la vida a la velocidad de mis pasos.

* Profesor de la UCO