Tecleen en Youtube la siguiente frase de doña Isabel Díaz Ayuso, candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid por el Partido Popular, y atiendan a su entrevista para Madrid Diario: «A mí, cuando empiezan a hablar de empleo basura, me parece que es ofensivo para la persona que está a lo mejor deseando tener ese empleo basura, que lo necesitaba y que le está dando oportunidades para corregir problemas que tenía». Minuto 5:49.

Díaz es periodista experta en comunicación política (en un caso, aventuremos generosamente, de vocación sin talento) y pretende presidir Madrid. En este proceso de transmutación en presidenta (2:45), está «centrada en disfrutar del momento tan bonito que está viviendo», en la creencia de que la campaña es un hito de su desarrollo personal, rendido por las fuerzas del karma como recompensa. Considera que (1:18) «es importante cultivarse, tener tiempo para hacer deporte y tener tiempo para los suyos». Estoy de acuerdo con doña Isabel. El problema es que esto que desea para sí, es igualmente deseable para el que tiene, porque no le queda más remedio, un trabajo basura.

La respuesta correcta era que, como presidenta y ser humano decente, lo que quiere es que no haya trabajo basura. Llamar basura a un trabajo basura no ofende al trabajador. Insulta al empresario que lo ofrece y al legislador que lo permite. Fin de la historia. Ofende dignificar el abuso, no llamarlo por su nombre.

No hablamos de trabajo duro. Hablamos de basura. Del trabajo que contamina el resto de la vida. Del que se hace exclusivamente por dinero, pero empobrece cuanto más se hace. Del que no quieren los niños. Del que hace que cuando no se puede disimular el clasismo, como le pasa a la candidata, se confunda con los sinsabores del propio privilegio (8:30).

Es basura porque hace precaria a la familia con la que se tiene que seguir viviendo. Es basura porque ha condenado a una generación a la esterilidad. Es basura porque no libera. Y es basura porque lo purificaría que al trabajador lo trataran clientes y empleadores como a un igual, lo que requeriría no ser imbécil, cosa que es gratis, y reducir los beneficios del empresario.

Al que pedalea cargando un Glovo bajo la lluvia, porque al pedir comida a través de una app olvidamos que no se teletransporta, sino que la trae un ser humano; oír que su trabajo es basura no le ofende en absoluto. Su trabajo no le resuelve ningún problema. Se lo resolvería que los políticos siguieran un cursus honorum que alejara del poder a cerebros de cuarta regional, y no se dedicaran a la idealización de la miseria.

Entendiendo que a esta tarea de ser presidenta (y, según ella, «renovación para el PP») está aplicando Díaz todo su poder mental, podría abstenerse de utilizar argumentos que igual justifican el trabajo basura como la esclavitud por deudas en el derecho romano. Porque su gente, en el más amplio sentido, le desea un viaje político solo de IDA, sin parada en un poder que ni merece ni entiende.

* Abogado