Un elemento que nos diferencia a los seres humanos de otras especies, más allá de los recuerdos, es la memoria. Algunos científicos mantienen que tenemos la capacidad de almacenar en nuestra mente información equivalente a la de 10 billones de páginas de enciclopedia. La perspectiva de la historia, nos ha hecho aprender y evolucionar como especie, y pasar de la ley de la jungla a la convivencia articulada sobre un sistema de normas legítimas, por su respeto a los derechos básicos y libertades fundamentales, y legitimadas por emanar de los representantes de la soberanía popular. Escribo esto recordando a Miguel Angel Blanco, remembrando la mezquindad y la angustia, la impotencia y la rabia contenida de la mayor vileza de la que fuimos todos testigos hace 20 años. Retengo perfectamente la tensión de aquéllos tres días, el sobrecogimiento, la conmoción y la congoja que nos acompañó de forma permanente por el chantaje de aquél asesinato a cámara lenta y la suerte de aquél muchacho, inocente de tantos odios. Recuerdo hoy, aún con emoción contenida, que a la salida del despacho, me uní a la manifestación de la plaza de las Tendillas, donde miles de personas de toda condición e ideología levantamos los brazos y mostramos las manos blancas, frente al terror y la barbarie, al grito de «vascos sí, ETA no», «todos somos Miguel Angel» y ¡basta ya!

Hoy, sinceramente, en el ADN de mi ciudadanía me siento heredero y deudor de la sangre de Miguel Angel Blanco, de las víctimas del atentado del Hipercor, del sargento Miguel Angel Ayllón asesinado en nuestras calles, y de tantos otros que dieron su vida para que tuviésemos una sociedad libre y democrática. Aun con todas sus imperfecciones, que son muchas. Pese a los cientos de víctimas de la violencia terrorista, aquéllos días fueron un punto de inflexión en nuestra historia: la gente de bien dio un paso al frente, los ertzainas y policías se quitaron el pasamontañas entre los abrazos y el reconocimiento de la población, las concentraciones comenzaron a las puertas de las sedes abertzales y la sociedad entera gritó ¡basta ya!

Por eso me repugna, me avergüenza y entristece que hoy muchos hayan perdido la memoria. Que lejos de la grandeza y crudeza de aquél momento, muestren su pobreza moral y se pongan de perfil, acomplejados e indignos del pueblo que representan, entre ventajas miopes y cálculos ventajistas de partido. Por encima de las siglas, aún quiere distinguir el bien del mal. Debemos todo el honor y reconocimiento a Miguel Angel Blanco y a todos los que sufrieron el horror y el dolor, el zarpazo del terrorismo ciego y asesino. Poco a poco, por toda la geografía española, se va dibujando el mapa de la memoria, que se extiende por plazas y calles, parques y avenidas con el nombre de este concejal de Ermua, y el de tantos otros, que nos dignificaron con la entrega de su vida. Hoy, como hace 20 años, también quiero levantar mi grito alto y mi voz rotunda, mis brazos firmes y mis manos abiertas, ante tanto pusilánime, ante tanto cutre y mediocre, ante la infamia de tanta bajeza, para pedir honor, justicia y dignidad; y seguir diciendo como entonces, «todos somos Miguel Angel». ¡Basta ya!

* Abogado