El romanticismo de las barricadas tiene su propia música tronante, es una reserva del espíritu para la izquierda inmortal. Se invocan las barricadas como a la Pasionaria, como la última salida de Antonio Machado y la Internacional, aunque nada de esto sea lo mismo; se invocan con su santo y seña de pasado erigido en legitimación para los restos, se cantan sin pensar lo que se canta, que es la destrucción del otro y también el suicidio colectivo de los nuestros. Se canta A las barricadas, que es una hermosa canción, sí, pero también es novia de la muerte. Se llama a las barricadas y se apela a la memoria de lo que no se vivió, a una derrota que en realidad no es la nuestra, a un fuego cruzado de balas y palabras que ametrallan aún nuestra corta mañana, como si por el hecho de lanzarse a la conquista lírica de este baluarte sentimental se pudiera ganar cualquier razón. Es lo que ha hecho Pablo Iglesias desde la temperatura emotiva de la noche electoral de hace una semana: no llamar al asalto de los cielos, que al parecer están algo más turbios de contaminación y fango radiactivo de lo que parecía, sino a tapar la calle, que diría el gran Pablo Guerrero, a ocuparla en contra del fascismo. Es decir: gana Vox doce diputados en el Parlamento andaluz y el problema de Podemos no es su propio fracaso, sino el acierto ajeno. Algo parecido le ha pasado también a Susana Díaz, envalentonada por esos mismos cánticos guerracivilistas que tienen una presencia transparente en su retórica, con su rastro lejano de perturbada muerte, de un desprendimiento de las vidas que ocuparon el barro, llamando a parar la llegada de la extrema derecha de Vox como partido antidemocrático. Sin embargo, el verdadero discurso de la todavía presidenta de la Junta de Andalucía estaba en el dibujo de su cara: un trazo desvaído por la lluvia del último recuento, desencajado de sorpresa y derrota, con la mandíbula tan colgante como su figura caída.

Y claro, las calles se llenaron relativamente, porque a la gente le va la marcha y las barricadas, como se vio en el 36. Eso sí: lo que no nos va tanto es la reflexión más o menos calmada de lo que ha sucedido, y de autocrítica ya no hablemos, porque eso no nos va nada. La noche dominical lo tuvo claro Iglesias: vamos a ocupar plazas y avenidas contra los partidos anticonstitucionales, hago un llamamiento general, o un Canto general, mucho mejor, a la manera nerudiana, saquemos la bandera tricolor y recordemos las mejores canciones de Paco Ibáñez y a galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar. Vale. Pero pasada la resaca complaciente y su dulce derrota, también podemos ir al rincón de pensar y cuestionarnos la melancolía, con ese tibio ardor retrospectivo a las guerras perdidas. Porque entonces y ahora, han sido los que hoy enarbolan la causa antifascista los mismos que han inflado en parte a los fascistas, suponiendo que Vox sea eso. Por ahora, sabemos que son partidarios de endurecer las políticas de inmigración y derogar la ley de memoria histórica y la ley de violencia de género. Se puede compartir o no, se puede estar radicalmente en contra de todo esto, pero el fascismo, amigos, es otra cosa. Esto también se vio en el 36, pero habría que salir de estas canciones y aplicar al presente más estudio y menos pasión. ¿Extrema derecha? Lo es, sobre todo comparativamente, después del PP tibio legado por Rajoy. Pero para anticonstitucionales, ERC y PDeCAT, contra España y la Constitución. Y no he visto a nadie convocando manifestaciones contra ellos, ni abriéndose las venas democráticas, ni rasgándose las vestiduras de la derrota.

Sea extrema derecha o fascismo --esto ya se verá, porque apuntan maneras--, a Vox le han allanado el triunfo. Cuando veo a Susana Díaz hablar de populismo me pregunto cuándo fue la última vez que se miró al espejo, porque por aquí nadie lo ha encarnado mejor. Su campaña electoral ha tenido un perfil tan bajo como su política. Su discurso ha brillado por su ausencia, porque sólo ha tenido una presencia: Vox, y en este caso ha acertado. Susana Díaz les ha hecho la campaña y luego se ha quedado estupefacta ante su propia efectividad. No puedes pensar que el espacio público es tuyo, que es casi un derecho de pernada. El patetismo de su llamamiento a las barricadas en contra de una alianza conservadora ha contrastado con su carencia de autocrítica. Y eso sin hablar de Pedro Sánchez, porque estas elecciones andaluzas se han perdido en Cataluña. Por favor: cambiemos la canción por el análisis.

* Escritor