Susana Díaz, la que hasta hace muy poco era la presidenta de la Junta de Andalucía, se ve replegada a la oposición. Ya no estará en esa primera línea de cámara en la que ella ha dejado tanto de sí. Más incluso que de su discurso político que tampoco es que haya sido original o ilustrativo o de alguna manera ideológico, sino más bien esnob. O si se quiere ramplón. Tan ramplón por otra parte como el de la mayoría de sus adversarios políticos. Pero volviendo a los que nos ocupa. Susana ha tenido y tiene un don, si se quiere enfocar desde el estudio de la quinésica o kinésica, que no es otra cosa que la ciencia que estudia el significado expresivo, apelativo o comunicativo de los movimientos corporales y de los gestos. Aunque para ella puede que sea una terrible maldición y para sus contrincantes políticos una deliciosa diversión, pues delata gran parte de sus emociones. Uno de los momentos más gloriosos y donde la acrobacia facial y gesticular de Susana alcanzó uno de sus mayores paroxismos y momentos de glória kinésica fue en aquella comparecencia después de las últimas Primaria del PSOE. La musculatura de su cara se transmutó músculo a músculo: prominente elevación de la parte interna de las cejas; caída a plomo de los párpados; remarque de manual de exorcismo del pliegue nasolabial; y su especialidad y gloria de sus macroexpresiones faciales: su elevación de barbilla que podría interpretarse como la que ponen los niños cuando hacen pucheros y que a mí más se me antoja como el «¡toma Moreno!» del Rockefeller del ventrílocuo José Luis Moreno. Qué oscura casualidad que el nuevo presidente de la Junta también se apellida Moreno, a más señas Juanma; y cuando Susana lo felicitó en aquel momento que de nuevo las cámaras se posaron sobre su rostro, ahí estaba ella mirando a Juanma a los ojos y su barbilla a lo suyo, esto es, ¡toma Moreno!

* Mediador y coach