Si bien se mira, si se piensa un poco, todos los movimientos sociales, incluso las conmociones, están provocados por banderas y libros; es decir, por emociones e ideas.

Antes de seguir me apresuro a proclamar que considero que uno de los comportamientos humanos más abyecto de los posibles es el de quemar libros o banderas.

Hay que echarle riles, y respetar los libros que contienen ideas contrarias a las nuestras y las banderas de nuestros desafectos o enemigos.

Existen banderas grandes y chicas, muy respetables, como las de países o regiones, e intrascendentes, como por ejemplo las de pirata, con calavera y tibia y peroné, del torero Padilla. Y están las colgaduras, que son como las banderas, pero sin mástil u asta, que se cuelgan en los balcones en sentido horizontal. Un vecino ha querido reforzar su españolidad frente a los separatistas catalanes y en uno de sus balcones ha improvisado un mástil para que lo suyo sea bandera de verdad. Yo he puesto en el mío una colgadura de la Unión Europea, con la que quiero manifestarme partidario de aglutinar y crecer y contrario a la disminución y el separatismo, que no pasa de ser algo muy cateto. Viva España en vez de Viva Cartagena.

Por cierto que entre las colgaduras que se han grabado en la memoria de mi retina está una de la República española que vi hace unos años en Berlín, solitaria y llamativa en un bloque uniforme y grandísimo, de ventanas huérfanas de todo. ¿Un español? ¿Joven? ¿Muy viejo, superviviente aun de la república?

Tengo claro que toda bandera ha de ser respetada y usada con moderación. Quiero decir que no me gusta la bandera en la muñeca, en el cinturón, en la solapa...Y mucho menos, como ya escribí, en los calzoncillos, el imperio comercial de Ronaldo. Pues sí, blancos.

Paralelo a la bandera es el himno nacional. Me pregunto respecto al nuestro si no es positivo que no tenga letra, que nuestros jugadores de la selección de fútbol guarden silencio cuando se toca antes del partido. Los hinchas en la grada pueden tararear estentóreamente, sin complejos frente a los extranjeros que inevitablemente cantan letras que han quedado con antigüedad histórica, fuera de contexto.

Como este país, el nuestro, es un país de irrespetuosos, no respetamos suficientemente, ni el himno ni la bandera. Hay que envidiar a los ingleses y a los norteamericanos, que se ponen firmes y se llevan la mano al corazón.

Ni los respetamos ni los defendemos -el himno y la bandera-, porque cuando el nefasto Más, que según se dice estos días es descendiente de negreros, inundó de silbatos el Camp Nou para pitar a nuestra bandera y a nuestro Rey, en una final de copa, debimos subir en colérica formación hasta Cataluña, que ahora y siempre queremos nuestra, y meterle dos o tres silbatos por donde se supone.

Cuando hemos visto la última gran manifestación catalana y españolista, nos preguntamos cual policía ha calculado el número de asistentes de forma tan tacaña, porque trescientos mil son algo más de tres grandes estadios llenos y allí había más de siete. Y hemos disfrutado contemplando el ondear de decenas de banderas, la mayoría españolas, con algunas de comunidades, como la nuestra, y señeras no contaminadas; sin estrella de más.

Quiero terminar este artículo, en días de graves querellas, en tono menor, con media sonrisa, por lo que volvemos a las plazas de toros: en casi todas hay colgaduras con la bandera nacional en los palcos y barandillas, y en muchas aparecen en los tendidos las de los países correspondientes cuando torean el peruano Roca Rey o los mejicanos hermanos Adame.

Los matadores banderilleros llevan banderillas con los colores de las banderas de sus comunidades o ciudades. Y algunos las utilizan con los colores de la bandera de España, para clavarlas en el toro y en Paseo de Gracia. No, si el ahora dimitido Morante da la Puebla llevaba las banderillas rojas no era porque sea comunista, sino para que se note menos en ellas la sangre del toro que mana de los agujeros de las puyas, para disminuir los argumentos de los animalistas aulladores.

Cuando en una de sus muchas vueltas al ruedo de esta temporada Miguel Ángel Perera se cubría la espalda con una bandera española, seguramente lo hacía para ser visto a través de la televisión en la irredenta Cataluña. Sí, la de los toros es la fiesta española, ¿y qué?

* Abogado y escritor