Uno de los más merecidamente reputados intelectuales del presente español tuvo en los meses del pasado estío un sueño de verano. Llevado del inmejorable propósito de encontrar en la Historia la clave última de los muchos enigmas del ayer y el hoy, imaginó que, a través de la construcción de un panóptico, daría con la feliz y envidiable fórmula. En apoyo de su acezante búsqueda recurría al prestigio de autores situados en una discreta penumbra científica, con extraña ausencia de los príncipes del pensamiento historiográfico, casi todos ellos de nacionalidad gala. Así, v. gr., ni H. Marrou, ni M. Bloch, ni L. Febvre, ni E. Labrousse, ni F. Braudel, ni P. Chaunu figuraban en su elenco, dentro del ancho tronco de nombres preclaros franceses en primera y descollante línea del progreso de la disciplina de Clío en el último siglo. En tal terreno no hay lugar para rigideces ni dictaduras de ningún tipo.

Sin un recurrente diálogo con sus visiones historiográficas no se pueden emprender caminos que conduzcan con fuerza y rigor a planteamientos innovadores sobre el ser y el sentido de la Historia, con marginalidad, claro es, de las versiones providencialistas. Por tentador que sea el hallazgo de El Dorado en el solar de Clío, no cabe acometer la sugestiva aventura sin navíos ni hojas de ruta adecuados. Su olvido implica situarse a un paso de la frivolidad. Ciertamente, muchos afamados filósofos y alcurniosos ensayistas -entre nosotros, con Ortega a la cabeza, desde luego- lo hicieron, mas con resultado poco halagüeño. Con un año de vigencia de la pandemia del coronavirus semeja haberse reanudado con insólito brío la literatura referenciada, con prodigalidad de títulos en la bibliografía occidental más acreditada. Empero, los resultados entrojados hasta el momento son igualmente frustrantes que los cosechados hasta finales de 2020. Los genios tutelares del reino de Clío no abdican de su muy plausible y estimulante labor de vigilancia. Con ser arrolladoras las fuerzas del mercado, el territorio de esta musa se nos descubre venturosamente indemne a sus estragadoras secuelas en el campo del espíritu y la cultura.

Con proscripción inflexible de cualquier monroísmo, debe puntualizarse sin omisión posible que la excitante empresa de encontrar las claves del entendimiento del pasado está reservada a los servidores del arduo oficio Clío, reacios per naturam a indagar «causas últimas» ni verdades absolutas, tan distantes de la contingencia esencial de los hechos humanos y de los acontecimientos del pretérito. Como fruto maduro de su incesable labor, tal vez un día lejano se halle la clave de todas las claves del pasado remoto y próximo; pero aún, por supuesto, no se ha llegado a tan iluminador horizonte. Negacionismo, por lo demás, nada estéril, ya que solo debe entenderse como espuela y acicate cara a tareas colectivas individuales del mayor empeño.

* Catedrático