Naturalmente, por mucha y honrosa que sea la responsabilidad del estamento docente de la primera enseñanza en la promoción y defensa de una historia a tono con su ser y fines más auténticos, existen otros guardianes de su auténtica naturaleza. El profesorado de su enseñanza en institutos y centros de Secundaria se descubre lógicamente como protagonista descollante de dicho quehacer. A la fecha, el balance de su muy loable tarea semeja, quizás, algo menos positivo que el ofrecido por las maestras y maestros de escuela. Los estragos provocados por la honda crisis de las Facultades de Historia y Geografía en los postreros decenios de la centuria precedente se visibilizan ahora en todo su dramático alcance. Las disciplinas estrictamente humanísticas impartidas en dicho periodo en nuestra Alma Mater acusaron un deterioro cuyas secuelas solo se han podido calibrar con lacerante exactitud y patencia en las décadas inaugurales del siglo presente siglo XXI.

Con todo, el sentido del deber y la ardida vocación de la mayor parte de los profesores de Secundaria paliaron hasta las fronteras mismas de nuestro presente, los efectos más dañinos del desgraciado fenómeno. Mal que bien, hasta hace diez años atrás la envidiable herencia del Bachillerato de la postguerra logró contrarrestar o, más bien, amortiguar las sombras cernidas sobre ella por unos gobiernos tan prolíficos en gestar como incapaces de madurar unos planes educativos en los que la Historia se erigiese en asignatura axial, como almáciga y motor último y decisivo de la identidad y trayectoria nacionales. En mayor o menor grado, todos los procesos históricos poseen su lógica. Y ahora, se repetirá, la coyuntura no puede ser más desdichada cara a hacer de la Historia impartida en la docencia media el antídoto más vigoroso contra su banalización en todos medios informativos y culturales del país.

Si las instituciones académicas de mayor prestigio -existen muy pocas y en pesarosa mengua...- y los organismos estatales prestan todo su apoyo a las editoriales y loables empresas comprometidas con el cultivo acribioso de nuestro pasado, no sería del todo aventurado el éxito, al menos parcial, contra la difusión, por el momento incontenible, del enfoque banalizador de los capítulos esenciales de un pasado acreedor al esfuerzo más riguroso en la recreación de su imagen más veraz.

* Catedrático