En el estado de pesimismo y desesperanza como el actual, la apuesta por un futuro mejor resulta a todas luces obligada. También, qué duda cabe, en el terreno que enmarca estas líneas. Y cuando más se emborrasca el horizonte --Ley Celáa, abandono deprimente e irrefrenable de las Humanidades, hegemonía absoluta y, por tanto, estragadora de la cultura visual--, más apremiante se convierte la apelación a un porvenir más despejado y luminoso, en el que las generaciones juveniles desplieguen sin angosturas ni cortapisas sus capacidades creadoras. Les asiste todo el derecho a reclamar un protagonismo abierto en la realización de sus ilusiones y compromisos con su tiempo y deberes históricos.

Una vez más, el camino de solución al grave problema que nos ocupa pasa por la escuela: por la acción y el trabajo indesmayables de los llamados, en días más agradecidos a su esfuerzo, maestros y maestras de Escuela, los hoy denominados profesores de primera enseñanza. En España y en todo Occidente su labor por instruir en la historia más rigurosa, esto es, más verdadera, ha sido, ciertamente, admirable. Ningún otro estamento social le ha superado en diligencia, afán de servicio y noble y estimulante patriotismo. Por fortuna, los frutos cosechados estuvieron a la altura de su alteza de trabajo y denodado quehacer. En nuestro país y en el resto de su entorno, la visión de su pasado ofrecida desde las escuelas fue en conjunto notable y enriquecedora para el desarrollo de la colectividad. Ni siquiera la grave asechanza del nacionalismo desatado convirtió en cedizos sus frutos, más allá de episodios contados o anecdóticos.

De nuevo --importa insistir-- se encuentra en las manos de maestros y maestras el remedio más agible, y acaso también más efectivo, de la deturpación y banalización del relato del ayer. El recuerdo elogioso y emocionante de los profesores franceses de las escuelas primarias que la derrota de Sedán (1870) provocó en la gran literatura gala de la época o el del mismo tenor en las letras hispanas respecto al Desastre del 98, bien puede servir de guía así como también de enseña de la cruzada cívica que en la España hodierna resulta inaplazable emprender cara a una narración del muy rico y aún más aleccionador pretérito de uno de los grandes pueblos de Occidente. Del grado de responsabilidad con la ineludible y capital empresa de «reconquistar» sus muchos tesoros --los errores y déficits también forman parte de ellos-- del lado del estamento docente señalado, depende en ancha medida su éxito.

* Catedrático