Olvidémonos de toda esa terminología derivada de añadir un «ing» a cualquier palabra castellana. Sobre todo si acoge prácticas descerebradas como la de tirarse desde las alturas de un balcón a la piscina. Pero balconear podría ser un vocablo interesante para todas las actividades que se practican desde ellos estos días. Consultando el DRAE me entero que es muy uruguayo-argentino y se aplica a «contemplar los acontecimientos sin participar en ellos». Como ejemplo un consejo del papa Francisco a los jóvenes: «No balconeen la vida, participen en ella». En Méjico puede aludir a «hacer públicos los asuntos privados de una persona». Es muy hispanoamericana y en general remite a «observar con curiosidad» desde el tal lugar (lo que lleva implícito cierto matiz de cotilleo). Quizá la RAE la enriquezca con todo lo que están acogiendo en España durante el confinamiento. Y, al fin y al cabo, en Córdoba, balconear puede ser perfectamente «ir de balcones durante el mes de mayo». ¿Qué tal? Porque no disfrutaremos de los patios en directo, pero si uno organiza medio qué el horario de paseo, sí puede saborear rejas y balcones repletitas de flores.

Además el hecho de que los primeros hayan abierto sus puertas virtualmente, de la mano de sus moradores y oyendo sus explicaciones, no solo es un acierto sino todo un lujo en 360 grados. Cuando uno oye hablar de tantos españoles viviendo en pisos colmena, especialmente en situaciones como la actual, añadiendo al confinamiento el amontonamiento, se da cuenta del pequeño tesoro que es poseer un balcón al mundo exterior y no solo ventanas al patio de vecinos (sin duda con otras utilidades entre las que no hay que desdeñar las comunicativas). Y no digamos ya una terraza. Además, so pretexto de incorporar algún hobby con el que alegrar las rutinas domésticas, estas avanzadillas callejeras propician que hasta los más irreductibles nos hayamos decidido a darle caña (nunca mejor dicho) a la maceta. A ver qué pasa. Vamos, qu e si a mi vecina le salen esas gitanillas tan chulas por qué a mí no puede sucederme igual (llevo años preguntándomelo). Además he curioseado un poco los balcones contiguos y, o mucho me equivoco, o este año ha proliferado exponencialmente el número de tiestos hasta hace poco en estado de buena esperanza.

Lo más curioso es que casi todas las flores de los patios y balcones cordobeses son forasteras. Es el caso de las gitanillas que han venido, ni más ni menos, desde Suráfrica. Otras proceden de Japón o China y hasta del Himalaya. Y, por supuesto, de América. De las más de cuatrocientas especies que los pueblan solo el cinco por ciento son autóctonas. Pero casi todas se han vuelto apasionada y enamoradamente cordobesas. Y han pasado a ser pendientes de reinas, damas de noche, costillas de Adán, coronas de espinas... alentando un sin fin de curiosidades entre generaciones de vecinos. Otro lujo que permiten las visitas virtuales: la atención individualizada. Oírlo todo de boca de quienes las cuidan. Y singularidades que no cabe apreciar cuando se está in situ. Sin duda se pierden los matices y la vida propia de los encuentros, pero cabe encontrar otras cosas a cambio. Enhorabuena a los promotores.

De la gitanilla no se me olvida nunca su género -Pelargonium- que es también el de los geranios. El Pelargón fue la primera leche en polvo infantil de la que se dispuso en la España de la postguerra. De ahí que a los nacidos en los años 50 se les conozca como la generación del Pelargón. Pelargos, en griego, es cigüeña, así que, fijándose en su pico, es fácil deducir el porqué del nombre comercial y también la razón del que engloba a geranios y gitanillas. Además, en la vigilancia de cómo evolucionan las flores de tus vecinos -que, no se sabe muy bien por qué, suelen ir mejor que las tuyas, en un particular corolario de la ley que Murphy aplica a las colas- pudiera residir un antecedente silencioso de la actual policía de balcón. Y que en el caso de Córdoba y otros muchos lugares tiene también como precursora la policía de visillo. O sea el balconeo «con curiosidad»... ya saben.

En vivo y en directo se practica, entre otros, el de aplausos, música y cacerolada. Y a veces depara casos emotivos. Por ejemplo, avistar casualmente desde las alturas, en uno de esos asomos buscando un poquito de sol o de aire, a horas de calle solitaria, una pareja despidiéndose en una esquina cercana. Embozado él, embozada ella, distanciándose poco a poco, cogidos de ambas manos, uno frente al otro y, por supuesto, totalmente ajenos a estar siendo balconeados. Demasiada primavera alrededor para resistir la tentación de bajar brevemente las mascarillas y decirse adiós comme il faut (y la prudencia y situación vigentes desaconsejan). Si hubo algún policía de balcón debió apreciar circunstancias atenuantes. Y aún nos falta el balconeo de feria y sus escenografías. De momento las gitanillas ya han asomado por las macetas. Bienvenidas de nuevo forasteras...

* Periodista